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La revolución genérica

María Luisa Femenías

Universidad de Buenos Aires

 

En su artículo sobre Evelyn Fox-Keller y Carolyn Merchant, Cristina Cilli[1] se pregunta si el descubrimiento de la función del género supone un nuevo paradigma. En este tra­bajo intentaremos rastrear las posibilidades de esta suge­rencia, no desarrollada por la propia Cilli. Para ello re­curriremos primero a la obra de Kuhn[2]. Si bien este estu­dioso aplica la noción de paradigma al caso de las que de­nomina revoluciones científicas, creemos lícito ampliar el uso de esta noción al caso del papel preciso que juega el género en lo que respecta al problema de la mujer y la fundamentación filosófica de su diferencia. Si lográra­mos nuestro propósito, no sólo resultaría válida la aplica­ción de la noción ampliada de paradigma a esta situación concreta, sino que también el paradigma que denominaremos del patriarcado constituiría el más abarcador y duradero del que tengamos información.

En efecto, es sabido que desde los orígenes mismos de la memoria histórica hasta nuestros días son contados[3] los filósofos que de alguna manera no han fundamentado, explí­cita o implícitamente, la "diferencia" natural de la mujer, entendiendo tal diferencia como de inferioridad jerárquica, sea ontológica, biológica o moral. Aunque creemos que es posible extender este supuesto a otras culturas, nos limitaremos a analizar el caso de lo que habitualmente se denomina "cultura occidental" -con toda la imprecisión que esta denominación comporta- y que reconoce sus fuentes más importantes en la tradición grecolatina por un lado y en la judeocristiana por el otro. Si lográramos mostrar que es posible aplicar la noción de paradigma a la constitución de la sociedad occidental en torno al patriarcado, es decir a la subordinación de la mujer, el develamiento de este supuesto llevaría, según el esquema propuesto por Kuhn, a una situación de crisis y, luego, a la de la supe­ración del viejo paradigma y, en consecuencia, a la insta­lación de una nueva normatividad en términos de otro paradigma que reemplace el anterior.

Intentaremos mostrar, además, que en la situación espe­cífica de la mujer, el viejo paradigma -varias veces amena­zado por anomalías- no ha dejado nunca de ser normativo, al menos hasta lo que podemos apreciar en los tiempos pre­sentes, donde, tal vez, enfrentemos una nueva crisis. Ello se debió a la imposibilidad de reemplazar el viejo paradigma por uno nuevo, razón por la cual apelamos a la reflexión filosófica sistemática como un modo posible de superar tal falencia. Si esto es así, sólo una investi­gación seria del problema del género -que no haremos ahora- permitiría suplantar por un nuevo paradigma el vigente, y esto en aras de la superación de lo que Mill señaló como un principio injusto en sí mismo que se yergue como uno de los mayores obstáculos para el progreso de la humanidad[4].

La noción kuhniana de paradigma se verá, en este traba­jo, modificada y ampliada y ello en función de la generali­dad requerida para su aplicación a la noción de género. Veamos primero, pues en qué consiste la noción clásica de paradigma.

 

II

 

Kuhn[5] señala:

Voy a llamar, de ahora en adelante, a las realizaciones que comparten esas dos características “paradigmas”, término que se rela­ciona estrechamente con el de “ciencia normal” y proporciona modelos de los que surgen tradiciones particularmente coherentes de investigación científica.

 

Veamos primero a qué dos características se refiere el autor. En la página anterior ha escrito:

[modelos científicos]… compartían dos características esenciales. I)... atraer un grupo duradero de partidarios, alejándolos de otros aspectos de competencia de la actividad científica, 2) simul­táneamente, eran lo bastante incompletos para dejar muchos proble­mas para ser resueltos por el redelimitado grupo de científicos

 

Y agrega más adelante:

En su uso establecido, un paradigma es un modelo o patrón aceptado y este aspecto de su significado me ha permitido apropiarme de la palabra “paradigma” a falta de un término mejor.

 

¿Qué significan estos pasajes que acabamos de transcri‑bir? Podemos en principio señalar que el paradigma es una construcción teórica en la que 1) es necesaria la adhesión de los científicos y 2) el reconocimiento de la amplitud y movilidad del paradigma que deja amplias zonas por "resolver", esto es, investigar en cada caso por el grupo de científicos que trabaja sobre él. Sabemos que Kuhn reformuló la noción de paradigma en otros trabajos. A estos efectos distingue entre "matriz disciplinar", "ejemplar" y "paradigma"[6]. Aquí, sin embargo, utilizaremos la noción en un sentido laxo, sin las precisiones que más tarde le confiriera, y esto porque no nos dedicaremos a aplicarlo al caso de las revoluciones científicas, sino al eje estructural de la cultura occidental. Parece corresponder a la noción de paradigma -agreguemos- el escapar a una definición precisa[7]. Por ello, nos parece más conveniente señalar sólo sus componentes típicos. En efecto, el paradigma está constituido por un núcleo central que cabe caracterizar como el encuadre y óptica necesaria para legitimar el trabajo dentro de la ciencia que rige. En otras palabras, demarca la norma y acota los problemas dentro de un espacio que queda delimitado por el paradigma. Esto quiere decir que el que sienta las bases para formular el criterio que separa los ámbitos de normalidad y anorma­lidad es el paradigma, que da, además, sentido y significa­do a los datos y teorías que responden a él. El paradigma se instituye así, al parecer, como un "deber investigar" implícito, en lo que al quehacer científico respecta. Sólo transgrediendo, esto es, saliendo de los límites del para­digma normal, se produce la "revolución". En otros térmi­nos, el surgimiento de una anomalía que no puede ser asimi­lada lleva a la crisis del paradigma en vigencia. La ano­malía es "lo inesperado", lo que no puede entenderse ni esperarse como tal dentro de un cierto paradigma dado y, en consecuencia, determina, al persistir, la ruptura con la tradición a la que está ligada la actividad de la cien­cia normal. En palabras de Kuhn[8], la anomalía marca el desajuste del paradigma normal a la vez que denuncia un hecho dado como "no-científico" para ese modelo. Sobre el fondo de lo esperable, irrumpe, pues, lo a-normal, lo que no se deja incluir dentro de los cánones de lo previsi­ble en el paradigma rector. Kuhn afirma[9] que "la anomalía sólo resalta contra el fondo proporcionado por el paradigma".

¿Qué determina, entonces, la adopción dé un nuevo paradigma y el consiguiente abandono del viejo? Factores que Kuhn denomina extra-científicos. A la superposición de dos paradigmas -la crisis- sucede la sustitución de un paradigma por otro. El que se instaura como "nuevo" se constituye en la nueva "normalidad"; esto es, sienta la norma y deslinda, consecuentemente, un nuevo ámbito de lo normal y lo a-normal. Una vez que se ha diseñado otro paradigma a través del cual re-significar los hechos, es necesario adoptar/optar por uno u otro. Esta opción se resuelve en términos de la supremacía de lo nuevo o resistencia de lo viejo: el progreso científico, o la petrificación de la ciencia en moldes pseudocientíficos y metafísicos perimidos.

Parece posible resumir la imagen que tiene Kuhn del progreso de una ciencia mediante el siguiente esquema abierto:

…preciencia-ciencia normal-crisis-revolución-ciencia nueva-ciencia normal-crisis…[10]

Ahora aplicaremos este modelo a la noción de género.

 

III

 

Es indudable que la historia es historia presente. En nuestros días urge desenterrar a la mujer del continuo histórico y darle un lugar propio. Esto no ya como esposa solícita, hija abnegada o madre ejemplar, sino simplemente (nada menos) que como mujer. Para ello es necesario develar algunos supuestos y reformular el planteo básico de la cuestión femenina. Sabemos que hasta hace muy poco, la mujer no figuraba en la historia salvo en alguno de sus "lugares naturales"[11]. ¿Por qué? Si bien se han dado múltiples respuestas, es necesario analizar algunos supuestos que están a la base de su ausencia. La historia es una compleja trama de la que se iluminan, en función de algún interés no siempre explícito, ciertos momentos, aspectos o cuestiones. Y la historia contada hasta el presente parece tener el interés -seguramente no consciente- de preservar y perpetuar una sociedad construida sobre un eje que valoriza, pondera y prioriza los espacios masculinos. No entraremos en detalles que no interesan a nuestro enfoque; baste recordar las páginas de Simone de Beauvoir referidas a la cuestión histórica (cfr. infra).

Celia Amorós[12] se pregunta cómo captaría la especificidad de la mujer, construida y definida por el patriarcado, en una toma de conciencia de sí puro, directo y transparente, sin la mediatización de las definiciones patriarcales. No lo sabemos y averiguarlo supone una tarea que depende de la modificación total del paradigma por el cual se rige la sociedad. Retomemos, pues, nuestra propuesta y veamos cómo funciona la noción de paradigma.

Dijimos que las características de un paradigma son, entre otras, determinar la norma (normatividad), delimitar un área de investigación y un enfoque, designar qué puede investigarse, establecer la relación entre aquello investigado y el paradigma como marco general de referencia y desechar lo inexplicable. Por supuesto, como el mismo Kuhn señala[13] subsiste siempre en todo paradigma un resabio o residuo metafísico que, en el caso de la ciencia, imprime a la investigación toda un sesgo peculiar.

Tomemos, en primer término, estas características y apliquémosle la variable del género. Parecen ponerse de manifiesto las siguientes cuestiones: la norma/lo normal es el varón respecto de la mujer. Es él quien -históricamente- ha definido los espacios y se ha constituido como el modelo del cual la mujer como deficitaria[14]. La biología y aún la psicología constituyen un buen ejemplo de lo dicho. Además, la vida humana como un todo se ha subsumido en lo humano masculino: lo universal es el universal masculino. Este hecho tiene cotidiana expresión en el lenguaje[15]. Esta situación se ve reforzada por la educación y la socialización en general[16], lo que implica una retroalimentación más o menos exitosa del paradigma patriarcal. Sólo en los últimos años se ha presentado la necesidad de revisar los supuestos filosóficos del patriarcado[17] y esto sólo desde algunos grupos. Antes, alegatos más o menos pertinentes limitaban la cuestión a una reivindicación más, entre otras. Sin embargo, el descubrimiento de la falacia que ha entendido lo universal como universal masculino con absoluto desconocimiento de la mitad de la especie, que constituye el complemento necesario para que la universalidad sea tal[18], inscribe la cuestión en un nuevo plano -si se quiere- de orden lógico. Dijimos que la delimitación de la norma distingue también el enfoque y el objeto. Parece claro, entonces, ante la abrumadora silenciación del paso femenino por el mundo, que el enfoque es desde el varón y el objeto de estudio lo constituyen sus características esenciales, su teoría política, su legislación, su educación, etc., o los de la mujer, pero desde la perspectiva que el punto de fuga de la óptica masculina le asigne. El dominador define al dominado y sólo así se comprende la afirmación de Amorós de que la mujer es conocida por la definición que hace de ella el varón. Pocas ocasiones se registran en las que la mujer hable por sí misma desde sí misma y no desde el espacio normal para ella. Todas tales ocasiones caen fuera del paradigma y quedan significadas por la a-normalidad[19]. En realidad el problema es que los fenómenos que no caen dentro del paradigma no son tomados en cuenta, y casi siempre porque no se los ve. El paradigma marca el cono de luz que mostrará lo que "es". Kuhn agrega(p. 71):

Una de las cosas que adquiere una comunidad científica con el paradigma es el criterio para seleccionar problemas que mientras se dé por sentado el paradigma, puede suponerse que tienen soluciones.

 

Permítasenos reemplazar "comunidad científica" por "comunidad masculina"[20]; esto significaría que la comunidad masculina ha adoptado un paradigma que le sirve de criterio de selección y solución de lo que puede constituirse en un problema, es decir, aquello que cae dentro del paradigma[21]. Más aún:

Un paradigma puede aislar a una comunidad de problemas importantes desde el punto de vista social que no pueden reducirse a la forma del enigma, debido a que no pueden enunciarse de acuerdo con las herramientas instrumentales que proporciona el paradigma.

 

Huelgan comentarios: esto parece sugerir que lo femenino no puede llegar siquiera a constituirse en problema y, consecuentemente, sólo le cabe la a-normalidad. Es más, lo femenino se ha constituido como problema cuando, en otras palabras, se ha sumado al paradigma masculino. Agreguemos además los numerosos ejemplos que brinda la historia de la ciencia respecto del desconocimiento de cuestiones ligadas exclusivamente a la mujer. Por incapacidad de inserción en la norma, multitud de singularidades femeninas (en términos sociales) y de las hembras (en términos biológicos) quedaron reducidas a cuestiones "tabú" por toda explicación.

Como señala Simone de Beauvoir[22] "la mujer ha devenido en el conjunto que es ahora" y esto en virtud de la necesi­dad de subsistencia dentro del modelo patriarcal. No quere­mos sugerir que sólo y exclusivamente la mujer se ha perju­dicado. Muchos hombres han padecido también este paradigma, pero creemos que mientras que la mujer lo ha sufrido desde el colectivo femenino sin acceso a la individuación y bajo legislaciones que la mantenían en la minoría de edad de por vida, de las que ha podido sustraerse hace muy poco tiempo -y en algunos casos no todavía-, los hombres se han perjudicado en términos de individuo concreto que no ha querido o no ha podido aceptar el lugar "normal" que se esperaba que viniera a ocupar, viéndose forzado -en cierta medida- a la elección consciente de su propio papel en la sociedad.

El paradigma es también la razón por la cual la sociedad se estructura como tal. Esta razón -resulta ocioso repetirlo- es la patriarcal: la razón masculina. Lo diferente a la razón masculina se opone como la emoción, el reino de la emotividad, patrimonio de lo femenino. A esta oposición cabe adjuntar otras sostenidas con frecuencia, por ejemplo la de physis-nomos. Lo femenino queda adherido a la phvsis, la naturaleza (temible, tempestuosa, plácida, ingenua, insondable) pero en todo caso al margen de la ley, la norma, la legalidad, encarnada por lo masculino. Así, lo femenino se escurre entre las hendijas de un paradigma que no puede dar cuenta de ello, no es problematizable, es misterioso[23].

Retomemos lo señalado, que según Kuhn todo paradigma arrastra supuestos metafísicos. El paradigma patriarcal no se verá, pues, libre de ellos. Muy por el contrario, debido a su magnitud (abarca toda la humanidad) y a su duración (desde las primeras memorias de la historia), es forzoso que arrastre residuos metafísicos sedimentarios que corres­ponden a diversas épocas y corrientes filosóficas. Pero todos ellos se aúnan en torno a un eje común: la razón patriarcal. Ello es posible, en términos kuhnianos, porque para nuestro autor la determinación de un paradigma no supone reglas que sean compartidas por los miembros de las diversas comunidades científicas; además, la existencia del paradigma no implica siquiera la existencia de algún conjunto complejo o coherente de reglas[24]. Así, aparecen bajo el peso del paradigma, voces de pocos filósofos y filósofas que reivindiquen un modelo diferente. Como afirma Rosenthal[25], el silencio se transformó en la voz misma de la mujer.

El esquema que presentamos antes propone un estado de pre-ciencia. Es forzoso reconocer que según la aplicación que estamos haciendo de la noción de paradigma no es posible hacer corresponder un estado que llamaríamos de "pre-patriarcalismo". Si existió tal momento es conjetural, y, además, a fines del modelo que proponemos no tiene mayor importancia. Retengamos esto como una de las diferencias entre el esquema kuhniano y el nuestro. La sociedad -históricamente hablando- aparece siempre como una "sociedad normal", y la sociedad normal es patriarcal. Si, como afirma Amorós[26] la historia no es más que la legitimación genealógica del patriarcado, entonces no parece desacertado sugerir que la historia es historia patriarcal. Nos limitaremos, por nuestra parte, a recordar la cuestión casi trivial de que la historia aparece siempre como historia patriarcal e intenta legitimar retrospectivamente –continúa Amorós- el orden de filiación de un pueblo o de una sociedad. En síntesis, si la observación de Amorós es cierta, historia y patriarcado deberían ir juntos (y así parece que lo hacen).

El paradigma normal conlleva -señalamos- la noción de crisis. Kuhn afirma que la crisis comienza con la percepción de la anomalía, esto es, el reconocimiento de que la naturaleza ha violado en un cierto sentido las expectativas inducidas por el paradigma[27]. En este pasaje la afirmación "...la naturaleza viola..." adquiere una singular resignificación. En efecto, si hemos de juzgar por la tradicional asimilación de la mujer a la naturaleza, lo femenino aparece como lo no domeñado por el paradigma y, en consecuencia, aquello que no aparece en el lugar que se le ha asignado sino en uno inesperado. Se torna, así, en lo anormal, lo atípico y lo inexplicable desde la ciencia que propone el paradigma. Esto -seguimos a Kuhn- supone el comienzo mismo de la crisis y el hecho de que el fenómeno de la crisis aparezca simultáneamente en varios grupos sociales no hace sino reforzar la tesis de que esas sociedades se basan en el mismo paradigma, es decir, la sociedad toda configurada según el mismo paradigma en común[28].

Pero, nos preguntamos, la aparición de la anomalía, ¿basta por sí misma para abandonar el viejo paradigma? Kuhn reconoce que fuertes anomalías científicas perduraron más allá de lo esperable, sostenidas por un andamiaje cada vez más complejo de doctrinas político-metafísicas. En verdad, huelgan los ejemplos[29]. A propósito de este punto señala (p. 129):

La decisión de abandonar un paradigma es siempre, simultáneamente,

la decisión de adoptar otro...

 

¿No deberíamos preguntarnos, entonces, si existe otro paradigma o al menos, si es posible que exista? Nos atreveríamos a contestar negativamente a la primera parte de nuestra pregunta y afirmativamente a la segunda. En efecto, si bien creemos firmemente que es posible organizar una sociedad bajo otro paradigma, no creemos que este paradigma nuevo haya superado siquiera los primeros esbozos de definición. Volveremos sobre este punto. Ahora nos interesa apuntar una cuestión, al menos mínimamente. Simone de Beauvoir menciona en "Historia..." (p. 120) a la romana de la decadencia como una falsa emancipada, porque aunque posee considerable libertad, ésta está vacía de contenido, no es más que una "libertad de", pero no una "libertad para"; peor aún, es una "libertad para nada". Esta situación se repite en todos los momentos en que la mujer alcanza mayor libertad. Salvo casos particulares de mujeres que por sus condiciones excepcionales se dedicaron a las letras o a la religión (o combinando ambas), el grueso de las mujeres no logró retener sus reivindicaciones. Desde esta noción de paradigma parece posible -esbozar una explicación. En efecto, transcribimos una frase de Kuhn -a nuestro juicio clave- "...la decisión de aceptar otro...". Entonces, ¿se logró construir otro paradigma, condición que, a todas luces, parece previa a su posibilidad de aceptación? Si se logró, ¿cuáles fueron los motivos que impidieron que ello se llevara a cabo? Creemos que sólo desde la reflexión filosófica es posible sentar las bases críticas para la constitución de un nuevo paradigma. Más precisamente, aquello que Kuhn llama, algo displicentemente, "los residuos metafísicos" de los paradigmas, no son otra cosa que los fundamentos metafísicos u ontológicos desde los cuales tales paradigmas son posibles. Y, en el caso peculiar que nos ocupa, tal reflexión no fue llevada a cabo o fue realizada por filósofos/as aislados/as que no lograron "crear" consenso, esto es, no lograron (como señala la primer característica que nombramos) "atraer a un grupo de partidarios...". Quizá, en muchos casos porque ni si­quiera lograron hacerse oír. ¿Deberíamos preguntarnos, ahora, si existió decisión de aceptar otro paradigma diver­so del patriarcal? Creemos que esta pregunta es innecesaria desde el momento en que para el grueso de la sociedad nunca hubo tal elección posible. Los grupos reducidos que sí pudieron estar en el lugar de la elección conformaban -al parecer- las fuerzas resistenciales de la sociedad (incluyo hombres y mujeres) que temen los cambios, esto es, las crisis, porque las viven como despojadoras de sus pro­pias identidades y jerarquías naturales. Por eso cobra sentido la observación de Kuhn de que "para que una anoma­lía provoque una crisis, debe ser algo más que una simple anomalía"; la noción misma de paradigma contempla como margen para su propia justificación a la anomalía. Agrega Kuhn que en el caso de las revoluciones científicas son cuestiones, por lo general, extracientíficas las que preci­pitan los cambios. Pero, en nuestro caso específico referi­do a la sociedad toda, ¿qué podemos decir? Nos atreveríamos a sugerir que hay que tener en cuenta, al menos, dos facto­res. El primero de ellos tiene que ver con las tensiones internas de la sociedad misma. Toda sociedad se modifica continuamente, al menos en cierta medida. Sus miembros más activos proponen, plantean, expanden, sugieren y muestran incongruencias -a veces a partir de otras. La sociedad, internamente, puede entrever la necesidad más o menos urgente de un cambio de paradigma. Esto, como ya señalamos, se ha intentado otras veces, aunque sin mayores éxitos: a momentos de reivindicación le han seguido momentos de reacción y de involución. Queda claro, pues, que la tensión interna no basta. Rosenthal[30] se plantea las dificul­tades que comporta la insuficiencia de la reivindicación parcial no incorporable sistemáticamente a un modelo más amplio. Es sabido que ya Kant[31] proponía superar la moral vulgar con un planteo filosófico que sentara las bases de una moral racional. Surge así, con imperiosa necesidad, el segundo de los factores a tener en cuenta: la filosofía. Si a la filosofía ha correspondido, fundamentalmente, el papel de ser portavoz de la reflexión crítica de cada época, no puede ahora quedar ausente del debate serio de la cuestión del género. Es más, si la filosofía pretende ser "filosofía sin supuestos" no puede ignorar más el supuesto del género sobre el que se ha asentado por más de dos milenios. Y si, alejada de tal pretensión, elige otro camino reflexivo, no puede tampoco -sin caer en la mala fe sartreana- ignorar la falacia del universal masculino en la que ha incurrido (e incurre todavía), salvo pocas excepciones.

El supuesto del género ha sido tematizado marginalmente y esto más en función de reivindicaciones concretas, cuyo valor no desmerecemos, que en aras de la universalidad y profundidad que la cuestión requiere[32]. La necesidad de incorporar la cuestión del género al debate filosófico parece ineludible. Si ha de cambiarse o no el paradigma patriarcal habrá de decidirse no a partir de la ignorancia de la cuestión, de su menoscabo o su silenciamiento, sino tras el debate honesto. Para ello tengamos en cuenta que no es el caso de reemplazar el paradigma patriarcal por otro del matriarcado. No sugerimos tal cosa. Nuestro interés no es proponer igual injusticia de signo contrario. Nuestra propuesta es la de la superación de un cierto paradigma. Para ello se requiere de un salto cualitativo; la mera acumulación de datos y reformas parciales no es suficiente. El viejo paradigma debe estallar por sus propias contradicciones internas, pero hay que mostrarlas en todo su alcance. La superación del viejo paradigma llevará a una nueva definición de lo humano. Pero esta empresa está aún en los comienzos. Basten, por el momento, estas sugerencias para indicar cuál es, a nuestro juicio, el camino.

 

IV

Lo que acabamos de señalar muestra con claridad qué profundas diferencias separan la noción kuhniana de paradigma de la aplicación que hemos intentado hacer. Ello parece justificable a partir del "objeto" mismo al que aplicamos la versión modificada de paradigma. Ya no se trata de una "comunidad científica" más o menos reducida sino de la población toda. El orden de la profundidad y extensión del cambio/crisis que se sugiere, es -a todas luces- más importante: no se trata del progreso de esta o aquella ciencia, sino del de la sociedad toda. Y decimos de la sociedad toda porque ambas partes estereotipadas en lo femenino y lo masculino se habrán de beneficiar con el cambio. Pero apuntemos, por ahora, las notas que a nuestro juicio son más significativas y que marcan la diferencia entre ambas nociones de paradigma.

Ya señalamos que toda ciencia supone una comunidad científica de la que surge un proyecto de investigación basado en un cierto paradigma que marca las pautas de normalidad. En nuestro caso, se ve involucrada la sociedad toda, y ello -como señalamos en III- conlleva singulares problemas respecto del cambio/crisis. En lo que concierne al caso del género cabe, incluso, preguntarnos en qué medida es posible hablar de una "sociedad de hombres" y una "sociedad de mujeres". Algunas investigaciones al respecto, señalan que existe esta posibilidad. Amorós[33] a­firma que la división del espacio en público y privado tiende a esto. El espacio público es el masculino, el privado por su parte, el femenino. Es más, esta división se corresponde con los pares opuestos (naturaleza-cultura, norma-anormalidad, etc.) que ya hemos considerado. Pero, ¿basta esto para argüir la existencia de una sociedad femenina? Nuevamente S. de Beauvoir (p. 15-16, p.e.) ade­lanta una respuesta. Mayoritariamente hablando, la mujer no tiene conciencia de su situación, y esto en relación con varios niveles de profundidad que la autora analiza con detalle. No entraremos en este tema, por demás proble­mático, pero dejemos abierta una pregunta: ¿Qué posibilida­des de contacto entre sí tienen las mujeres recluidas en un espacio privado? Parece que sólo el acceso que se está dando al espacio público puede reunirlas, pero esto compor­ta nuevos problemas que no podemos ni esbozar ahora. ¿En qué medida, si la mujer ingresa al espacio público, se produce ya la transgresión del paradigma? ¿Redunda esto en modificaciones? ¿Cuáles? ¿En qué medida se modificará lo femenino y lo masculino? La solidificación del estereo­tipo genérico que impuso el paradigma patriarcal, ¿devino en aspectos considerados esenciales? Aristóteles caracteri­zó a la mujer como sumisa por naturaleza y al hacerlo no pudo evitar fijar como parte constitutiva de la mujer una virtud socialmente ponderada en su siglo. ¿Cuántas características, tanto de hombres como de mujeres dependen del paradigma patriarcal? Nuevamente la noción kuhniana de paradigma sólo roza las cuestiones metafísicas profundas, y esto bajo el apelativo de "residuos metafísicos". En este caso, parece lícito suponer algo más que meros resi­duos metafísicos en juego. Sólo conocemos al sexo tras su tamiz cultural; más propiamente, sólo conocemos al género y el género, es sabido, muta continuamente con la cultura. Así, las estructuras del paradigma patriarcal han determi­nado tanto al varón cuanto a la mujer, si bien esta última obtuvo la peor parte. Al decir de Mill, la sujeción de la mujer es un residuo primitivo que enaltece la fuerza en detrimento de la razón[34], ya que en el fondo -señala- la desigualdad de derechos entre el hombre y la mujer no tiene otro origen que el de la ley del más fuerte. Hace falta -tal vez dijera Mosterín[35]- de una racionalidad total que supere los residuos primitivos del hombre.

Por su parte, debemos subrayar también el hecho de que mientras que las revoluciones científicas se han suce­dido unas tras otras, no ha sucedido otro tanto respecto de las genéricas. El paradigma del patriarcado ha soporta­do, a lo largo de la historia, algunas crisis, pero se ha recuperado satisfactoriamente de ellas. En efecto, ha habido períodos en los que tras estas crisis ha salido fortalecido[36]. Por ello, si en la actualidad vivimos una nueva crisis ¿qué habremos de hacer para que no se diluya en una más? No creemos que haya caminos regios para despe­jar la cuestión. Sí confiamos en la necesidad de la supera­ción cualitativa de las bases del debate genérico, y apela­mos -nuevamente- a la filosofía para hacerlo. Por ahora, podemos afirmar que no se ha instalado aún un paradigma alternativo, aunque -quizá- en las zonas más esclarecidas de la sociedad occidental, se hayan dado algunos pasos importantes en ese sentido. Aquí, las observaciones de Kuhn sobre la innecesariedad de la coherencia de las reglas del paradigma para que éste subsista se hacen más evidentes. Algo similar, aunque desde un punto de vista totalmente diferente, ha señalado Frye[37]. En efecto, esta autora hace notar que el sexismo más peligroso es el que denomina "operacional", esto es, el no coherente. Por esto mismo se torna escurridiza, mutable e inexpugnable al debate, por la simple razón de que no se presenta a él. Todo intento "racional" de refutarlo choca contra su "doble mensaje". Debemos averiguar, pues, de qué tipo es el paradigma del patriarcado.

Llegadas a este punto, cabe preguntarnos en qué medida se encuentran entrelazados el paradigma patriarcal como construcción teórica y los supuestos patriarcales de la sociedad misma. Necesitamos interrogarnos también acerca de las modificaciones que un nuevo paradigma teórico pueda ocasionar en los supuestos que mantienen los miembros de la sociedad.

No tenemos respuesta, aunque sí atisbamos que la misma no será sencilla. Si la sociedad funciona como un sistema, las modificaciones pueden iniciarse desde diversos puntos de urgencia simultáneamente, y contribuir desde cada uno de ellos a modificar la estructura total, pero también es conjetural.

Para concluir, revisemos los puntos fundamentales de nuestro trabajo. Caracterizamos la noción kuhniana de paradigma a fin de compararla -según la propuesta de Cilli- ­con el supuesto del género. Parece lícito afirmar que ciertas coincidencias entre ambos modelos, permiten con­cluir que el patriarcal opera a la manera de un paradigma, pero es necesario apuntar serias diferencias que lo apartan del patrón kuhniano. En este sentido, señalamos su abarca­bilidad y duración temporal, su instalación misma en cues­tiones metafísicas que no pueden considerarse residuales, su equilibrio inestable y su retroalimentación, que le permite superar las crisis sin ser abandonado, la carencia de un paradigma alternativo -no meramente reivindicativo- que ofrezca las bases suficientes para la elaboración de un nuevo eje social que aglutine un nuevo estilo de vida, de razón, de justicia, etc. y tras muchos e irres­pondidos interrogantes, apelamos a la reflexión crítica de la filosofía para hallar el camino de las respuestas. Sabemos, por Kuhn, que el surgimiento de tal nuevo paradigma afecta la estructura toda de un cierto campo -el de la sociedad entera, en este caso- y que, una vez superada la crisis, el nuevo paradigma normal muestra, explica y pone de manifiesto un mundo diferente en la medida en que se han resignificado los viejos problemas (p. 176), muchos de los cuales han dejado de ser tales[38].



[1] Cilli, C. ''Evelyn Fox-Keller e Carolyn Merchant: verso una epistemologia delle differenze sessual" Memoria (revista de storia dalle donne) vol. XV (1985) 3, p. 17.

[2] Kuhn, T. La estructura de las revoluciones científicas, México, UNAM, 1980.

[3] Para ampliar esta cuestión remitimos a los trabajos de Amorós, C. “Rasgos patriarcales del discurso filosófico: notas acerca del sexismo en Filosofía" Eh: Hacia una crítica de la razón patriarcal, Madrid, Anthropos, 1935. Cáp. I y III; Hierro, G. Feminismo y Ética, México, 114AM, 1985, entre otros sin dejar de mencionar al clásico de S. de Beauvoir, El segundo sexo, Bs. As., Siglo XX, 1937 (19 ed. 1949) al que remitimos repetidamente.

[4] Mill, J. S. & Taylor, H.  La sujeción de la mujer En: Ensayos sobre la igualdad sexual, Barcelona, Península, 1973, p. 155.

[5] Kuhn, T. ob. cit., pp. 33, 34 y 51.

[6] Chalmers, A. ¿Oué es esa cosa llamada ciencia?, Madrid, Siglo XX, 1987, p. 129 N° 2;

Kuhn, T. ob. cit., “Postdata” de 1959, pp. 268-319.

[7] Chalmers, ob. cit., p. 129.

[8] Kuhn, T. ob. cit., Cáp. VI, especialmente p. 93; pp.109-111.

[9] Ibid., p. 111.

[10] Chalmers, A. ob. cit., p. 118

[11] La doctrina de los lugares naturales tiene larga tradición filosófica y no ha ocasionado pocos inconvenientes y retrasos a la ciencia. El "lugar natural" de la mujer parece ser el último reducto de esta concepción superada largamente en otros campos. S. de Beauvoir se refiere a ella a lo largo de la obra que mencionamos (cfr. N° 3), señalamos por su especial interés las pp. 381-410 que sirven de resumen y conclusión de un estudio minucioso sobre los roles femeninos y sus consecuencias.

[12] Amorós, C. ¿Herederas o desheredadas...? Hacia una crítica, p. 75.

[13] Kuhn, T., ob. cit., especialmente pp. 37, 71, 77 entre otras.

[14] Un excelente ejemplo de lo que acabamos de decir lo constituye la biología aristotélica como muy bien ha mostrado Matthews, G. en "Gender & Essence" Australian Journal of Philosophy, LXIV (1986),
supp. pp. 16-25. Citamos a este filósofo por ser una de las fuentes más reconocidas en las que haya abrevado el pensamiento occidental.

[15] Cfr. "Rasgos patriarcales..." p. 25; cfr. también, por ejemplo, Ríbeiro Pedro, E. "Femenino/masculino: Das relaçoes entre mito, ideología e produçao discursiva" Revista da Faculdade de Letras V1I, 5° serie, 1987; cfr. también Feminaria I (1988) 1.

[16] Remitimos a los trabajos sobre escolaridad y transmisión de patrones genéricos de p. e. Barton, L. y otras “Schooling & the reproduction of class & gender relations” en Schooling Ideology & the curriculum, 1980. En castellano remitirnos a los trabajos de Subirats, M. “Mode­los escolares de transuisión de los géneros” en Mujer y Educación, Barcelona, 1987; Cfr. también Meyers, D. "Personal autonamy & the paradox of femenine socialization" The Journal of Philosophy LXXXIV, 1987, 11.

[17] Amorós, C. Hacia una crítica…, cap 1; Mill, J. S., ob. cit.

[18] Este tipo de paradojas se presenta con claridad en filósofos como Aristóteles quien por un lado reconoce que la mujer constituye el 50% de la humanidad (del ser humano, la especie) pero, por otro, niega atributos y posibilidades que sí otorga a los varones. Cfr. Matthew, G. ob. cit. p. e. Incluso Mill, tras alentar la igualdad de la mujer y considerar su sujeción como injusta en sí, en aras de la "irremplazabilidad" de la mujer en las labores domésticas y la crianza de los niños sugiere la ventaja social de mantenerla confinada a sus tareas habituales; cfr. pp. 216-217. Un interesante estu­dio sobre la actitud de S. Kierkegaard respecto de la mujer ha sido realizado por Amorós, C. en La subjetividad del caballero, Madrid, 1986.

[19] Cfr. p. e. S. de Beauvoir ob. cit., p. 64 respecto de los supuestos del psicoanálisis; cfr. pp. 135-136 sobre la situación privilegiada de las reinas.

[20] Nótese que no digo "comunidad de varones". La división entre sexo y género ha sido suficientemente estudiada. Cfr. p. e. Davis Caulfield "Che cos’è naturale nel sesso" Memoria...

[21] No entraremos en el problema de cómo llegó a imponerlo; se ha conjetu­rado mucho al respecto. Cfr. p. e. S. de Beauvoir, ob. cit., Segunda parte, Historia. En lo que a la problemática del paradigma respecta, lo importante es que el modelo patriarcal se impuso y aún domina tanto el medio social en general cuanto el filosófico.

[22] Cfr. S. de Beauvoir ob. cit., p. 20.

[23] Cfr. S. de Beauvoir.Tercera parte: Los Mitos.

[24] Kuhn, T. ob. cit., pp. 80 y 82

[25] Rosenthal, A. "Feminism without contradictions" The Monist 57 (1973) 1, p. 30. Señala (p. 32) "By silence I do not mean the absence of reactive noise but rather the absence of serious discourse employing, a critical method, which would work to determine the presuppositions & constituents of women's suppressions..."

[26] Amorós, C. Hacia una crítica..., pp. 80-31.

[27] Kuhn, ob. cit., p. 93.

[28] Kuhn, T. ob. cit., p. 111.

[29] Efectivamente, Kuhn ilustra con numerosos ejemplos; para los relati­vos a esta cuestión, cfr. Cap. VII.

[30] Rosenthal, A. ob. cit., pp. 28-29; cfr. también Elshtain, J. B. “Moral women & inmoral men: a consideration of Public-private split & its political ramifications” Politics & Society1974, p. 457.

[31] Kant, I. Fundamentación a la metafísica de las costumbres, cap. p. 46 (Bs. As., Espasa Calpe, Trad. M. García Morente).

[32] Amorós, C. "Espacio de los iguales, espacio de las Idénticas" Arbor  CXXVIII (1987), p. 119.

[33] Mill, J. S. La sujeción..., pp. 158-161.

[34] Mosterin, J. Racionalidad y acción humana, Madrid, Alianza, p. 64.

[35] Cfr. S. de Beauvoir, "Historia..."

[36] «Frye, M. "Male chauvinisn: a conceptual analysis" En: BISHOP, S. y otras (eds.) Philosophy of Women, Belmont, Ubdsworth, 1979, p. 28, especialmente.

[37] Tampoco hemos abordado los problemas de relativismo que la noción de paradigma kuhniana comporta. Sabemos que muchos temas de gran inte­rés han sido dejados de lado pero esperamos haber aportado, al menos, algunas ideas esclarecedoras. Debemos señalar que las líneas fundamentales de este trabajo son resultado de las discusiones gene­radas en el ámbito del seminario sobre género y razón dictado por la Dra. M. Isabel Santa Cruz en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Bs. As., 1988.

 

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