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Las mujeres también podemos asumir el arquetipo viril

Amparo Moreno Sardá.

 

En el número de Hiparquia correspondiente a junio de 1989 se publica un comentario de María Luisa Femenías sobre mi libro La otra 'Política' de Aristóteles, del que quisiera puntualizar algunos aspectos, aprovechando que la autora me ofreció esta posibilidad amablemente.

Se dice que "la discriminación de las mujeres, obviamente incapaces de alcanzar un arquetipo viril, aparece en esta obra como una discriminación más que se agrega a las discriminaciones de clase y de raza (etnocentrismo)..."; se lamenta que dedique "menos páginas de las esperadas" a la misoginia del filósofo; se atribuye este tratamiento insuficiente a que "esta discriminación se incluye como una más que obedece al paradigma viril, no advirtiéndose con claridad suficiente" que el sexismo no es equiparable al etnocentrismo; y se me incita a ahondaren esta cuestión, así como en el tipo de Estado propuesto por Aristóteles.

Para matizar algunas afirmaciones que aquí se hacen, y que pudieran parecer mías, partiré de una frase que condensa el pensamiento contenido en la Política.

Dice Aristóteles que "para hacer grandes cosas es preciso ser tan superior como lo es el hombre a la mujer, el padre a los hijos, y el amo a sus esclavos". Y la interpretación que hagamos de esta frase delata los dogmas que tenemos asumidos.

Así, si consideramos que las relaciones sociales discriminatorias y jerárquicas no son naturales, podremos notar que Aristóteles construye aquí un sistema imaginario de clasificación social, en el que necesita definir negativamente a un conjunto de seres humanos, para poder definir superiores a otro conjunto: en el que niega para poder afirmar. Y esta afirmación de la superioridad de lo que llamo el Arquetipo Viril, se deriva de negar a varias bandas: se afirma al colectivo griego a base de negar a los colectivos no-griegos (bárbaros a los que considera que los griegos tienen derecho a esclavizar) y, ya dentro del colectivo griego, se afirma la virilidad adulta a base de definir negativamente a mujeres y criaturas griegas. Es decir, Aristóteles define negativamente a cuantas mujeres y hombres no participan de los objetivos de unos varones adultos que se proponen dominar a otros colectivos humanos. Por tanto, el sexismo adulto (la adultez no aparece mencionada en el comentario de María Luisa Femenías) no "se agrega" a otras discriminaciones, sino que se articula con el etnocentrismo clasista en un sistema de clasificación social jerárquico y complejo. De ahí que no podamos hablar del sexismo o misoginia del filósofo desvinculándolo de su etnocentrismo clasista, y, por tanto, que tengamos que distinguir entre las mujeres griegas, a las que considera seres libres, al igual que a los varones adultos y las criaturas de ese mismo colectivo, y mujeres no-griegas, a las que considera seres no-libres, poco más que objetos (quizás por eso habla de varones y mujeres en relación con los griegos, y de machos y hembras en relación con bárbaros-esclavos).

En la Política, Aristóteles examina también cómo este sistema de clasificación social se plasma y hace real en la medida en que se apoya en la apropiación y ordenación privada/pública de la vida social, y también a base de generar un repertorio de modelos de comportamiento adecuados a los distintos espacios y a los que han de adecuarse los distintos seres humanos, según la ubicación que se les atribuye en ese espacio social. Y en esta confluencia entre sistema de clasificación social, división privada/pública del espacio social y modelos de comportamiento creo que habría que situar el debate en torno a los rasgos básicos de la organización social de la polis o, si se quiere, del tipo de Estado. O, mejor, en la confluencia entre esta organización interna de la vida social y las formas de dominio expansivo modificadas a medida que se amplía este dominio.

Ciertamente, a Aristóteles le preocupan preferentemente los varones adultos griegos, las relaciones que establecen entre ellos en ese espacio público (político, por antonomasia) en el que negocian las estrategias de expansión territorial y el reparto de los beneficios obtenidos de la expansión, y la adecuación de estos varones a ese Arquetipo Viril que define como superior, ya que considera que ellos son los responsables de hacer cumplir a los restantes mujeres y hombres los fines que les atribuye. Pero mientras el filósofo griego, para elaborar sus argumentos sobre la superioridad viril, se refiere a los diversos seres humanos de que hemos hablado y con bastante insistencia, los distintos textos académicos actuales que dicen explicar esta obra restringen la atención a las actuaciones de esos varones en los espacios públicos y lo generalizan como si de lo humano se tratara, a base de menospreciar cuanto se refiere a los espacios domésticos y considerar natural esa voluntad de dominio expansivo que Aristóteles asocia a la superioridad viril. De este modo, el texto de Aristóteles me sirve como pre-texto para mostrar no sólo el orden androcéntrico de un pensamiento que no oculta los prejuicios de que parte, sino, lo que más me interesa, la opacidad de ese pensamiento académico del que somos profesionales: el encubrimiento de esos prejuicios, derivado de haber aprendido a asumir ese Arquetipo Viril como si de lo humano se tratara, de haberlo asumido como yo consciente y concepto objetivo de lo humano.

Es decir, que lejos de creer que las mujeres seamos "incapaces de alcanzar un arquetipo viril" (¿biológicamente incapaces...?), considero que en la medida en que nos hemos convertido en profesionales de la racionalidad pública, hemos tenido que asumirlo como yo consciente hasta encarnarlo (de ahí que no me sorprenda que uno de los textos en los que se manifiesta más esa opacidad androcéntrica corresponda a una mujer, Agnes Heller). De ahí también mi insistencia en que mi crítica a todos estos textos constituye, en primer lugar, un ejercicio de autocrítica de mis propios hábitos de pensamiento.

Tortosa, 4 de octubre de 1989

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