Razon y género
Diana Helena Maffía*
Universidad de Buenos Aires
Ha sido una característica del pensamiento moderno tomar como categorías básicas una serie de dualidades: naturaleza-cultura, hechos-valores, razón-sentimiento, sujeto-objeto, público-privado, etc. Un conjunto de estas dualidades representa el discurso racional y el conocimiento científico; el otro conjunto es definido como impredictible e irracional. Cuando el dualismo entre masculino y femenino se dibuja sobre estas categorías, la masculinidad se vuelve sinónimo de razón y objetividad (cualidades asociadas a la participación en las esferas públicas de gobierno, comercio y ciencia) mientras la feminidad se vuelve sinónimo de sentimiento y subjetividad (cualidades asociadas con la esfera privada de lo doméstico y el hogar)[1]. Este dualismo, profundamente asentado en la cultura occidental, ha estimulado y mantenido una dominación jerárquica de lo masculino sobre lo femenino. De hecho, la asociación histórica entre ciencia y masculinidad ha tenido el efecto práctico de justificar la dominación y explotación de la mujer[2].
Sobre esta base, es comprensible el interés que la relación entre razón y género ha tenido para el pensamiento teórico del feminismo en general y para el feminismo filosófico en particular. Como se sabe, el feminismo filosófico puede ser interpretado como una asignatura o como una disciplina. En el primer caso, interesa lo que los filósofos y teóricos de la ciencia han afirmado sobre las mujeres y es la reflexión filosófica que cualquiera podría realizar sobre éstas. En el segundo, se afirma que la mujer posee un tipo nuevo y diferente de conciencia, e implica que la aproximación de la mujer a un objeto de estudio es casi sistemáticamente distinta de la del hombre. El feminismo filosófico ofrece aquí una nueva mentalidad intelectual. Esta última interpretación es, sin duda, la más interesante; pero también sin duda la más difícil de fundamentar.
Los problemas gnoseológicos, éticos y políticos se unen aquí a la preocupación por las sociedades contemporáneas.
En este trabajo me propongo delinear cuatro puntos de vista que, como protagonistas o antagonistas, aparecen en el teatro del pensamiento feminista filosófico contemporáneo, dotando al análisis de género y razón de tal complejidad, que a veces resulta difícil ver las consecuencias de cada perspectiva sobre la acción concreta de quienes defienden los derechos de la mujer. Es precisamente por este compromiso entre la teoría y la acción, entre lo descriptivo y lo valorativo, entre el conocimiento y las relaciones de poder, que me he servido para este análisis del concepto de paradigma que impuso Thomas Kuhn en el discurso epistemológico. Este concepto, tan impreciso, que se superpone a veces al de Weltanschauung, a veces al de ideología (sin el ingrediente de clase característico del marxismo) se difundió tan rápidamente -sobre todo entre los científicos sociales- que para el mismo Kuhn fue imposible más tarde retirarlo de la arena filosófica. Las modificaciones que el autor proponía para hacerlo más preciso y consistente lo tornaban también mucho menos interesante.
Es con esta herramienta conceptual imperfecta, concebida como "una sólida red de compromisos conceptuales, teóricos, instrumentales y metafísicos"[3], que me propongo analizar el discurso teórico del feminismo contemporáneo. El panorama que deseo abarcar es el de la crítica de la concepción socialmente dominante (primer paradigma a describir) por parte del feminismo en las dos últimas décadas. Aunque sus antecedentes se remontan en verdad a mediados de siglo (y aún más atrás) y en el debate actual pueden hallarse seguidoras de una u otra, presentaré tres líneas de pensamiento feminista que se originan sucesivamente a partir de los años '70. Como toda clasificación, supone cierto esquematismo y la renuncia voluntaria a detalles diferenciadores que un análisis más fino sin duda exigiría.
Llamaré provisionalmente a los cuatro paradigmas del siguiente modo:
I) Paradigma de la Razón Patriarcal[4], socialmente dominante y el gran antagonista de los diversos discursos feministas;
II) Paradigma de la Razón Igualitaria, que minimiza la polarización entre masculino y femenino y atribuye a la cultura las trabas para el acceso de la mujer a la esfera objetiva;
III) Paradigma de Negación de Razón, que procura escapar incluso a la lógica en busca de lo idiosincrático femenino;
IV) Paradigma de la Razón Extendida, que admite diferencias pero no su estratificación jerárquica, y busca incorporar a la Razón aspectos emotivos propios de la condición femenina.
Paradigma de la Razón Patriarcal
Tanto la ciencia como la filosofía se han ocupado, desde sus orígenes y de manera consecuente, de proporcionar descripciones de la naturaleza femenina que ubican a la mujer en un lugar diferenciado y jerárquicamente inferior al del hombre. Aunque los argumentos varían, el método consiste siempre en: a) señalar diferencias biológicas y psicológicas naturales e inevitables entre hombres y mujeres, b) jerarquizar estas diferencias de modo tal que las características femeninas son siempre e inescapablemente inferiores a las masculinas; c) justificar en tal inferioridad biológica el status social de las mujeres.
La ciencia, como modelo de racionalidad, ha sido criticada por las feministas con tres argumentos principales: 1) el sesgo sexista en la descripción que hace la ciencia de la naturaleza femenina; 2) la constatación de que hasta épocas recientes, la ciencia ha sido una actividad casi exclusivamente masculina; y en un plano ya más profundo 3) que las normas y métodos de la ciencia impiden el ingreso de las mujeres sin una renuncia a aspectos valiosos de su propia naturaleza.
En cuanto a la descripción de la naturaleza femenina, los supuestos científicos de la antigüedad se incorporaron al pensamiento medieval y dominaron la literatura médica hasta bien entrado el siglo XVII. Entre el siglo XVII y comienzos del XIX se produce un cambio fundamental en la definición de las diferencias sexuales, reemplazando la doctrina de los humores (que durante tanto tiempo había proporcionado una explicación del carácter físico y moral de las mujeres) por la craneología, que establecía sus distinciones sobre la base de los métodos de la ciencia moderna. Los anatomistas afirmarán entonces, después de prolijas mediciones, que un cráneo mayor (por supuesto el masculino) contiene un cerebro más pesado y poderoso, y se hacen serios intentos por demostrar que el cráneo femenino es demasiado pequeño para el razonamiento científico. A mediados del siglo XIX los darwinistas sociales invocan el evolucionismo para argumentar que una mujer es un hombre cuya evolución -tanto física como mental- se ha detenido en un estadio primitivo[5]. En el mismo período, la autoridad de la ciencia sirve para disuadir a las mujeres de intentar acceder a una educación superior. El desarrollo intelectual de las mujeres, se argumentaba, se logra sólo a un alto costo de su desarrollo reproductivo: en la medida en que el cerebro se desarrolla y se accede a la lógica, los ovarios encogen[6]. En la ciencia actual, la naturaleza diferente (e inferior) de las mujeres se basa en investigaciones sobre hormonas, lateralización cerebral y sociobiología.
En cuanto a la participación de las mujeres en ciencia, sin duda ha variado con los cambios en las instituciones de conocimiento. Si en la Edad Media los conventos eran un lugar de estudio, el surgimiento de las universidades europeas entre los siglos XII y XV redujo las oportunidades de educación, puesto que en principio estaban cerradas a las mujeres. Pero las corporaciones en la Edad Media y las cortes en el Renacimiento eran también centros de vida científica, y por ser instituciones más abiertas contaron con la participación femenina. Con la fundación de las academias científicas en el siglo XVII, las oportunidades volvieron a cerrarse. La Royal Society de Londres, fundada en 1660, no admitió mujeres hasta 1979. Sólo a fines del siglo XIX se consigue en Europa y América el ingreso de las mujeres a las universidades, y sólo en 1920 la admisión a los programas de doctorado (el requisito usual de cualquier trabajo serio en ciencia).
En cuanto al tercer problema, con la eliminación legal de la discriminación basada en el sexo, en años recientes, se ha dado un paso fundamental; sin embargo las formas de discriminación se han hecho más sutiles. El ingreso de las mujeres a un campo particular de la ciencia es en general inversamente proporcional al prestigio de ese campo. Aún con diferencias de educación y experiencia, los salarios de las mujeres son menores. Mejores grados académicos no se reflejan automáticamente en mejores trabajos; se tiende siempre a ubicar a las mujeres en tareas marginales. Después de graduados, son más los hombres que las mujeres que reciben becas postdoctorales, por lo que éstas permanecen en el nivel inferior de la enseñanza y no cumplen los requisitos para su posterior avance profesional[7]. Incluso cuando las mujeres son admitidas en el laboratorio a menudo resultan excluidas de las redes de comunicación informal, que resultan cruciales para el desarrollo de las ideas científicas. Por ser una minoría, las mujeres fracasan al tratar de establecer la relación de colegas característica de la vinculación entre los científicos hombres, y caen en relaciones tradicionales entre hombres y mujeres (romance, padre e hija, hermana y hermano), que no benefician su carrera científica[8]. Para terminar, señalemos que las instituciones científicas están estructuradas actualmente con el presupuesto de que un científico está equipado con una esposa para criar niños. No se hace ninguna providencia real para mujeres y hombres que crían niños. Las políticas de licencia por maternidad o paternidad no se aplican, por la intolerancia de la comunidad científica a la temporaria declinación de la productividad científica asociada a gestar y criar niños. El período de los veinte a los treinta y cinco años, edad crucial para determinar el éxito como científico en la profesión, coincide con los años de crianza en las mujeres[9], lo que genera un inevitable conflicto entre tener una carrera profesional y tener hijos.
Paradigma de la Razón Igualitaria
Desde el mismo ámbito de la ciencia, muchas feministas se han esforzado por enfrentar el determinismo biológico, echando abajo las concepciones erróneas de la naturaleza femenina que se han usado para limitar los derechos de las mujeres. Las críticas parten sobre todo de la biología y la neurofisiología, y evalúan los sesgos en ciencia en términos estrictamente científicos. La biología no es para ellas la base última estática de la vida orgánica que pretenden los deterministas, sino que está influida por factores culturales. Se enfatiza la dialéctica entre biología y cultura: aunque la biología puede condicionar la conducta, constantemente está siendo moldeada por factores tales como la dieta, ocupación, nivel de renta, cuidados sanitarios, stress y ejercicio, todos ellos sujetos a cambios. Incluso la debilidad femenina ha sido moldeada en parte por factores culturales[10].
Las teóricas del feminismo que podemos ubicar en este paradigma (con la indudable inspiración de Simone de Beauvoir[11] y Betty Friedan[12]) han elaborado la distinción entre sexo y género (el sexo como lo biológico, el género como lo cultural) en un esfuerzo por minimizar la polarización entre masculino y femenino. No hay diferencias biológicas sino culturales que reducen a la mujer al ámbito de las emociones y dificultan su acceso a la esfera objetiva. Las diferencias sexuales son fuente de opresión, pues favorecen ciertos roles como un método de control social. La mujer puede en verdad alcanzar los mismos grados de racionalidad que el hombre, y estas feministas la impulsan a hacerlo, remontando las desventajas iniciales propias de la educación recibida, el tipo de juguetes con los que han jugado, matrimonio, movilidad geográfica, crianza de niños y los obstáculos cada vez más sutiles.
Hay en la actualidad -formas más refinadas de opresión, pues quienes persisten en la discriminación genérica no lo hacen en general sosteniendo que el género es relevante para la distribución de cargas y beneficios en la familia, escuela, trabajo y sociedad en general. A causa, en parte, de la insistente presión de las feministas igualitarias, se ven obligados a argumentar que las diferencias relevantes no se apoyan en el género sino en cosas tales como el nivel de inteligencia, la fuerza física, la estabilidad emocional y cosas por el estilo. Por cierto que estos aspectos benefician a los hombres, pero puede decirse como consuelo que usar argumentos de este tipo marca un cambio de posición importante, porque implica un reconocimiento tácito de que el género como tal es irrelevante en la distribución de la mayoría de las cargas y beneficios sociales.
Es necesario señalar que la ciencia ha jugado un rol importante en reafirmar actitudes sociales hacia el sexo (como hacia la raza), y así algunas feministas examinan cómo el surgimiento de una creencia en la meritocracia y la habilidad individual inaugura y mantiene la creencia complementaria de que las desigualdades sociales no resultan de discriminaciones sistemáticas sino de la incapacidad intrínseca de ciertos grupos. En el curso de los siglos XVIII y XIX los científicos presentan pruebas de que la naturaleza humana no es uniforme. Las diferencias que encuentran entre los cuerpos de hombres y mujeres se usan para justificar una distribución que privilegia al hombre tanto en lo social y en lo económico como en lo político[13]. Puede pensarse que por provenir de la ciencia este conocimiento es neutral, pero de hecho la naturaleza y capacidades de las mujeres fueron investigadas por una comunidad científica de la cual la mujer (y lo femenino) estaba (y está) casi enteramente ausente. Mientras el discurso científico parece ser el descubrimiento de la verdad, de hecho se apoya en, y encubre, la lucha entre aquellos que tienen el poder del discurso y los que no lo tienen.
Tanto por sus prácticas de exclusión como por sus definiciones de lo que es, lo que ha de ser discutido, lo que es verdadero o falso, el discurso produce más que revela la verdad[14].
Un aspecto importante, entonces, del credo feminista de comienzos de los '70 fue negar que haya diferencias biológicas innatas entre hombres y mujeres, que sitúen mejor a las mujeres en el ámbito doméstico y a los hombres en el ámbito público. Se argumenta vigorosamente que el promedio de inteligencia entre los sexos no difiere, y que la gran discrepancia entre la representación femenina y masculina en profesiones, negocios y vida académica debe recibir una explicación sociológica. Se condiciona a las mujeres a concentrarse en actividades de la esfera doméstica, se las recompensa por desarrollar los rasgos supuestamente femeninos de la pasividad y el autosacrificio y se las castiga por exhibir los rasgos supuestamente masculinos de la ambición y la autosuficiencia. Como resultado de este proceso se introducen mujeres incapaces, tanto psicológica como intelectualmente, de hacerse un espacio en un ámbito público competitivo y de dominio masculino. Con una socialización diferente las mujeres podrían tener (y tendrían) éxito en las profesiones, negocios y vida académica, pues no se trata de ningún defecto intelectual o de estructura psíquica que impida a las mujeres lograr un éxito comparable al del hombre en la esfera pública[15].
En términos de actividad, se afirma, el rol sexual asigna el servicio doméstico y la atención de los niños a lo femenino y el resto de los logros, intereses y ambiciones humanas a lo masculino. El limitado rol adjudicado a las mujeres tiende a recluirlas al nivel de la experiencia biológica. Por tanto, casi todo lo que puede describirse como distintivamente humano más que actividad animal (pues a su manera los animales también dan a luz y cuidan a sus pequeños) está en su mayoría reservado a los hombres[16].
Paradigma de Negación de la Razón
Hay en los escritos feministas tempranos una tesis implícita (cuando no explícita) que va a ser negada por elaboraciones teóricas posteriores, constituyendo en cierto modo una línea demarcatoria: la tesis de que las actividades domésticas no involucran el uso de la razón y el intelecto mientras las actividades del ámbito público sí lo hacen.
Por otra parte, muchas feministas han sentido que en su insistencia en la igualdad con el hombre, posiciones como la descripta en el paradigma anterior asumieron ilegítimamente el tipo de individualismo característico de un mundo masculino. Por eso se pone en juego una concepción más ambiciosa de feminismo, que no busca una extensión de derechos sino una transformación radical de la conciencia moral. Este punto de vista, de fuertes ingredientes ideológicos, propugnará la liberación femenina afirmando que al lograrla nos encontraremos con un nuevo y diferente tipo de conciencia.
Es interesante notar la coincidencia de estas teóricas con quienes se oponen a la liberación femenina, pues se apoyan en la idea de que la mente de la mujer es diferente a la mente del hombre. Su desacuerdo (y no es minúsculo) estriba en su relativo valor e importancia[17]. Se sostiene aquí que la racionalidad, tal como ha sido concebida tradicionalmente, podría muy bien ser un rasgo de cierto tipo de actividad psicológica en la que los hombres son mejores que las mujeres. Pero si esto es así, afirmarán, tanto peor para la racionalidad. Lo que aquí se rechaza es el valor de la racionalidad. Así, aún si los hombres son más racionales que las mujeres, esto no es significativo en la evaluación de las mujeres como personas[18].
Hay de hecho en estas feministas una exaltación de lo femenino que las lleva a negar la universalidad de la razón en el sentido de que ésta no constituye más que una manera (y no la mejor) de aprehender el mundo. ¿Puede articularse la sexualidad femenina -se preguntan- aunque sea mínimamente, dentro de una lógica de tipo aristotélico? No. Dentro de este tipo de lógica, que domina nuestros enunciados más cotidianos, la sexualidad femenina no puede articularse a sí misma, salvo precisamente como un "implícito", una "carencia" en el discurso. ¿Pero por qué debería ser inalterable esta situación? ¿Por qué -se preguntará desde este paradigma- no se puede trascender esa lógica, hablar fuera de ella?[19]
Por cierto que este tipo de argumentación constituye un arma última. ¿Qué respuesta podría darse aquí? Cualquier respuesta que simplemente suponga la validez de las reglas de inferencia tradicionalmente aceptadas no puede esperar lograr mucho éxito con tal oponente. Para aquellos que han rechazado el valor de la razón, el punto de vista anti-racionalista es tan irrefutable como para aquellos que sostienen puntos de vista religiosos que niegan todo lugar al pensamiento racional o a la evaluación subjetiva[20].
Paradigma de la Razón Extendida
Pero admitir la diferencia entre lo masculino y lo femenino, negar la natural subordinación de la mujer, valorar positivamente sus condiciones para la función maternal y señalar las limitaciones de la razón, no necesariamente debe conducirnos a posiciones irracionalistas. De hecho en el último paradigma al que nos referiremos, hay una reivindicación de la emoción, sobre todo en los razonamientos éticos, pero nunca sin ser acompañada por la razón. Según esta interpretación, la emoción no es el factor determinante sino que juega un importante papel en el proceso racional de toma de decisiones.
Dentro de nuestra sociedad existe el presupuesto (compartido, como hemos visto, por muchas feministas) de que actividades racionales como la ciencia y la matemática son las de mayor carga intelectual. Pero las feministas a las que ubico en este paradigma sostienen que no son sino una manifestación de la racionalidad, que también puede manifestarse en conexión con otras actividades bajo la forma de cierto "conocimiento intuitivo"[21], es decir, aquel que no se aprende a través de estudios formales sino de la experiencia. La maternidad es un conocimiento de este tipo, que requiere el uso de la razón tanto para su aprendizaje como para su ejercicio, aún cuando la madre sea incapaz de elaborar una teoría sobre la maternidad.
El punto de vista que considera insatisfactoria la concepción de razón definida de manera estrecha no es nuevo. En verdad, desde la epistemología contemporánea viene señalándose la dificultad de la concepción tradicional estrecha de razón para explicar fenómenos tales como la formación de nuevas hipótesis y teorías en ciencia.
Por otra parte, no se trata aquí de invertir los valores tradicionales en la oposición masculino-femenino, sino de echar una luz positiva sobre el lado femenino de la oposición: promover los valores de las mujeres como un aspecto esencial de la experiencia humana y luchar por una nueva visión de la ciencia que pueda incorporar esos valores[22].
Estudios recientes sobre la maternidad, el cuidado, el pensamiento maternal, ponen el acento en estos aspectos positivos de la experiencia de las mujeres[23]. También se ha analizado la resolución de conflictos morales por parte de las mujeres que revela cualidades tales como la cooperación, el cuidado y el establecimiento de una red de vínculos personales en lugar de una jerarquía de valores. Estos estudios no sólo pretenden fundamentalmente ensanchar la comprensión del desarrollo humano, aprovechando el grupo que se omitió en la construcción de la teoría para llamar la atención hacia lo que falta en su versión[24]. Se trata, en fin, de lograr una definición genuina completa de la naturaleza humana.
* Ponencia presentada al XII Congreso Interamericano de Filosofía (Bs. As., julio de 1989)
[1] Lloyd, Geneviève, The Man of Reason: “Male” and “Female” in Western Philosophy, Londres, Methuen & Co., 1984.
[2] Merchant, Carolyn, “Isis’ Consciousness Raised”, Isis, N° 268, 1982.
[3] Kuhn, Thomas S., The Structure of Scientific Revolutions, Chicago, University of Chicago Press, 1962.
[4] Debo esta denominación, así como muchas ideas estimulantes, a Celia Amorós, Hacia una crítica de la Razón Patriarcal, Madrid, Anthropos, 1985.
[5] Schiebinger, Londa, “The History and Philosophy of Women in Science”, Signs, vol. 12 N° 2 1987. Este artículo erudite me proporcionó abundantes referencias bibliográficas.
[6] Clarke, Edward, Sex in Education, Boston, J. R. Osgood, 1873 (citado por Schiebinger, ob. cit).
[7] Hubbard, Ruth & Lowe, Marian, Women’s Nature: Rationalizations of Inequality, New York, Pergamon Press, 1983.
[8] Reskin, Barbara, “Sex Differentiation and Social Organization of Science”, en Gaston, Jerry (ed.) Sociology of Science, San Francisco, Jossey-Bass Inc., 1978.
[9] Fee, Elizabeth, “A Feminist Critique of Scientific Objectivity”, Science for the People, 14, N° 4, 1982.
[10] Lowe, Marian & Hubbard, Ruth, ob. cit.
[11] de Beauvoir, Simone, El segundo sexo, Bs. As., Siglo XXI, 1962 (original francés: 1949)
[12] Friedan, Betty, The Feminine Mystique, New York, Norton, 1974.
[13] MacCormack, Carol & Strathern, Marilyn (eds.), Nature, Culture and Gentder, Cambridge, Cambridge University Press, 1980.
[14] Bleir, Ruth, Science and Gender: a Critique of Biology and its Theories on Women, New York, Pergamon Press, 1984.
[15] Greer, G., The Female Eunuch, New York, Mc Graw-Hill, 1970.
[16] Millet, Katlen, Sexual Politics, New York, Doubleday, 1970.
[17] Graham, Gordon, “Two Types of Feminism”, American Philosophical Quarterly, vol. 25, N°4, octubre 1988.
[18] de Courtivron, I. (ed.) New French Feminism, New York, Schoken, 1981.
[19] Irigaray, Luce, “Women’s Exile”, Ideology and Consciousness, 7, 1987.
[20] Pargetter, Robert & Prior, Elizabeth, “Against the sexuality of Reason” Australian Journal of Philosophy, vol. 64, 1986. En este artículo se defiende una posición igualitarista.
[21] Mc Millan, C., Women, Reason and Nature, Princeton, Princeton University Press, 1982.
[22] Fee, Elizabeth, “A Feminist Critique of Scientific Objectivity”.
[23] Ruddick, Sarah, “Maternal Thinking”, Northeastern University, 1984.
[24] Gilligan, Carol, In a Different Voice, Psychological Theory and Women’s Development, Cambridge, Harvard University Press, 1982.