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Experiencia e identidad de género

Ana Bach

Margarita Roulet

María Isabel Santa Cruz

 

En los desarrollos teóricos feministas es común apelar a la experiencia de las mujeres como punto de partida de cualquier conceptualización acerca su situación. Sin embargo, pocas veces se establece con claridad el alcance de la noción “experiencia de mujeres”. En este trabajo nos proponemos discutir algunas cuestiones vinculadas al significado del concepto de experiencia de mujeres poniéndolo en relación con la noción de genera Pensamos que la vinculación entre genero y experiencia femenina puede resultar de interés para la elucidación de algunos de los problemas que el uso de ambas categorías conlleva.

A pesar de las críticas que el uso del concepto de genero reciben los años 80, mantenemos la necesidad de seguir pensando las relaciones de lo masculino y lo femenino como estructuradas por el genero. En otro trabajo hemos intentado una elucidación teórica de este concepto y, por esa razón, no nos detendremos aquí en un largo análisis del tema sino solo lo necesario para nuestro propósito actual.

Definimos al genero como la forma de los modos posibles de atribución a los individuos, de propiedades y funciones dependientes imaginariamente de la diferencia sexual. Esta forma es siempre relacional y refiere a relaciones entre acciones o practicas que devendrán masculinas o femeninas de acuerdo a estilos que corresponden siempre a contextos históricos y culturales diversos. En este sentido, debe entenderse al genero como un conjunto entrecruzado de practicas (lingüísticas, representacionales, raciales, sexuales, de clase, de edad, etc.) que producen mujeres y varones.

 

I Cf. Santa Cruz, M., Gianella, A., Bach, A., Femenias, M., Roulet, M.,

"teoría de genero y filosofía", Feminaria V, 1992, pp. 24-26.

 

Así definido, el genero no es un constitutivo de las personas en si mismas sino el resultado de múltiples representaciones y autorrepresentaciones. Sin embargo, aun en la diversidad de los modelos posi­bles, se trata siempre de las acciones de unos sujetos respecto de las de otros y es en este sentido que el genero es relacional. Algunas practicas se definen como masculinas en relación a otras definidas como femeninas y viceversa.

Ahora Bien, estas practicas diferentes y diferentemente valoradas parecen estar refiriendo a experiencias distintas para mujeres y varones. La percepción de requerimientos diferenciados —impuestos y autoimpuestos— son los que constituyen la experiencia de cada uno como sujetos distintos: varón y mujer, masculino y femenino. La experiencia es, entonces aquello que debe ser explicado si queremos comprender el proceso de constitución de las subjetividades.

En el caso de las mujeres, su experiencia es lo que ha sido silenciado, no considerado y que ahora requiere ser valorado y, en lo que tiene de experiencia de sometimiento y opresión, cambiado. Nos centraremos entonces en la experiencia de las mujeres pero, siendo consistentes con nuestra definición de genero, pensamos que el cambio de las practicas que conforman la experiencia de lo femenino conllevara un cambio en su opuesto: practicas diferentes para los varones construirían otra experiencia de la masculinidad. Las identidades de genero se constituyen en reciprocidad.

La noción de experiencia es utilizada en contextos múltiples aunque interrelacionados. En un sentido, se remite a la experiencia como punto de partida del conocimiento. En otro, la noción refiere a cuestiones ético-políticas. Como la mayoría de las palabras, experiencia es un vocablo polisémico. Sus variados significados van desde los usos cotidianos en tanto saber que se adquiere con la practica, el bagaje que cada uno/a va acumulando a lo largo de su vida, el sentir placer o dolor, hasta el método científico de indagación o prueba que consiste en provocar un fenómeno bajo circunstancias especificas. Claro ester que los múltiples significados también se han dado en la filosofía desde su nacimiento hasta hoy. Se la ha postulado, sobre todo cuando se la considera como la aprehensión sensible de la realidad externa, como algo diferente o hasta opuesto al conocimiento racional. Es entendida también como conocimiento inmediato, como un hecho “interno”, como un saber del que no se puede dar razón, como saber de lo particular, como intransferible. Pero interna o externa, subjetiva u objetiva, la experiencia tiene como presupuesto la existencia de un sujeto.

En los desarrollos recientes de algunas teóricas feministas, se utiliza una noción de experiencia construida a partir de las practicas y se la relaciona, generalmente, con el plano ético-politico. Teresa de Lauretis, por ejemplo, caracteriza a la experiencia como un proceso por el cual se construye la subjetividad de todos los seres sociales. A través de ese proceso uno se coloca a si mismo o se ye colocado en la realidad social y con ello percibe y aprehende como algo subjetivo

(referido a uno mismo u originado en el) esas relaciones —materiales, económicas e impersonales— que son de hecho sociales y, en una perspectiva más amplia, históricas.[1]

Si la experiencia —ese complejo de hábitos, disposiciones, asociaciones y percepciones— es capital en la constitución de los seres sociales como masculinos o femeninos, entonces la teoría feminista debe analizarla, comprenderla y articularla. Aunque muchas teóricas han analizado y subrayado el concepto de “experiencia de mujeres”, creemos que el acento debe ponerse como bien lo señala Scott[2] en el proceso de construcción de la experiencia, que es lo que debe ser explicado, y no tomarla como el punto de partida de ninguna teorización acerca de los sujetos sociales. En efecto, tomar a la experiencia como punto de partida y reivindicarla como evidencia ultima

significa una aceptación del orden dado y el riesgo de reificarla como fundamento. Por eso lo importante es advertir que es la experiencia y el proceso de su construcción lo que debe ser explicado y a partir de allí, a partir de la comprensión de como se constituye la experiencia esta puede ser útil para explicar las acciones de los seres sociales como mujeres y varones.

 

 

¿Cómo considerar la experiencia de las mujeres? Como considerar al sujeto de experiencia? Es posible hablar de experiencia de mujer? Si hablamos de experiencias y de mujeres rescatamos la diversidad, pero también podría hablarse de experiencia de mujer (y de varón) en el sentido de los requerimientos recibidos impuestos y autoimpuestos— y que determinan conductas apropiadas para una y otro. Esos requerimientos serán diferentes de acuerdo a contextos particulares pero si todas las sociedades se estructuran sobre la base de la distinción genérica, hay siempre experiencias distintas para los sujetos según sean mujeres o varones porque sus lugares sociales son diferentes y diferentemente valorados: la relación en nuestros modelos de genero es una relación cruzada por el poder, es una relación donde hay jerarquias y por lo tanto, la experiencia de mujer es la experiencia que puede tenerse desde un lugar subordinado. Siguiendo esta Linea argumentativa, podría distinguirse entre “experiencia de mujer” y “experiencias de mujeres”. Experiencia de mujer apunta a cierta estructura o forma que va a ser realizada con las diversas experiencias que cada mujer tendrá en función de los ejes que se entrecruzan en la constitución de su identidad. No puede decirse que hay una única forma de relación con el mundo externo y consigo misma que sea coman a todas las mujeres, dadas las diversidades de raza, clase, nacionalidad, edad, etc. Pero, sin embargo, desde un punto de vista teórico feminista, así como debe mantenerse la categoría de genero, también debe rescatarse la posibilidad de encontrar una serie de rasgos que configures el tipo de interacción común a todas las mujeres, entendidas como conjunto que comparte una misma experiencia, la que se tiene desde el lugar del subordinado. Este lugar, esta posicion determina practicas y es a su vez determinada por ella. Desde una posición femenina se actúa como mujer. Para decirlo en palabras de de Lauretis “la experiencia es el proceso de autorrepresentación que define el yo como mujer, en otras palabras, que crea al sujeto como femenino”.[3] Tal vez este sea el inicio sentido de “ser una mujer”.

Pero así planteadas las cosas aparecen como una estrategia en algún sentido diferente a como hemos considerado las cuestiones hasta el momento. Porque si bien no es posible tomar al movimiento feminista ni a su parte académica como un todo monolítico porque  dentro suyo juegan varias lineas divergentes, sin embargo, hay algunos acuerdos: que las mujeres se hacen, no nacen, que el genero no es un rasgo innato como si puede serlo el sexo sino una construcción sociocultural; que el patriarcado es histórico; que entonces ya no puede hablarse de la Mujer sino de las mujeres,[4] plural que recoge las diferencias y evita los esencialismos. Sin embargo, al encarar el tema de experiencia parece necesario volver de alguna manera a un sujeto colectivo, las mujeres, que compartirían un lugar y una experiencia común: el lugar del sometido en la relación genérica que es como dijimos una relación de poder y la experiencia de ese sometimiento.

Estamos entonces definiendo a la mujer o a las mujeres aquí el plural no cambia el significado como un sujeto que tiene una particular experiencia de genero: la experiencia del dominado. Pero como el dominado siempre puede escapar esta no es una situación necesaria sino contingente entonces es posible pensar en una experiencia distinta. No se trata de anular las diferencias de lo femenino y de lo masculino sino la jerarquía: de lo que se trata es de cambiar el significado de ser mujer o varón.

Ahora Bien, cuando hablamos de genero dijimos que algunas practicas se definen como femeninas en relación a otras consideradas masculinas. Estas practicas diferentemente valoradas o, mejor, jerárquicamente valoradas, son las que definen a los sujetos como varones o mujeres y determinan para cada uno experiencias distintas: experiencia femenina de subordinación, experiencia masculina de dominio. Si, en cambio, pensamos la relación genérica como igualitaria, como constituida por prácticas igualmente consideradas, entonces es posible pensar que la experiencia también seria otra para mujeres y varones porque sus lugares se habrían desplazado desde la oposición jerárquica hacia la horizontalidad. Habría que pensar que otra experiencia de la feminidad conllevaría a otra forma de

masculinidad porque, como dijimos, las identidades de genero se constituyen en reciprocidad.

Que el colectivo de mujeres busque delinear practicas distintas tendientes al logro de una relación igualitaria no implica borrar las diferencias entre mujeres y varones porque como Bien dice la socióloga feminista Alice Rossi, buscar la “igualdad no es lo mismo que decir que somos iguales. Mientras que la igualdad es un hecho (concepto) político social y ético, la diferencia es un hecho biológico. Ninguna regla de la naturaleza o de la organización social dice que los sexos tienen que ser lo mismo o hacer las mismas cosas para ser social, política y económicamente iguales”.[5] Plantear una redefinición de las relaciones entre los sexos y sostener como deseable cierto esquema relacional no implica proponer una imagen precisa y estática del futuro, sino sugerir el sentido de los valores generales a realiza.[6] Se trata de proponer un modelo social estructurado sobre la base de relaciones igualitarias entre seres humanos diferentes, sin que ello implique ninguna definición de lo que mujeres y varones son o deberían ser. Tampoco implica una precisa caracterización del contenido de las experiencias que serían las propias de mujeres o de varones, pero si un modelo que excluyese las experiencias genéricas de subordinación y de dominación.

 

 



[1] de Lauretis, T. “Semiotica y experiencia”, Alicia ya no. Feminismo, Semiotica, Cine., Madrid, Catedra, 1992, pp. 251-294. Version inglesa, 1984.

[2] Scott, J. W., “Expenence” en Butler, J. y Scott, J. (eds.) Feminists Theorize the Political, N. York/London, Routledge, 1992, pp. 22-38.

[3] de Lauretis, T., ob. cit., p. 252.

[4] de Lauretis, T., “La esencia del triángulo, o tomarse en serio el riesgo del esenciaismo. Teoría feminista en Italia, Los E.U.A. y Gran Bretatia”, Debate feminista, México, I (1990) 2.

[5] Citada en Degler, C, “Darwinians confront gender: or, there is more to it than history”, en DI Rhode (ed), Theoretical Perspectives on Sexual Difference, New Haven, Yale University Press, 1990, p. 40.

[6] Patai, Daphne, “Beyond Defensiveness: Feminist Research Strategies”, en Barr, M. & Smith, N. (eds.), Women and utopía. Critical Interpretations, New York and London, Lanham, 1983, pp. 150-51.

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