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Murillo, S., .El mito de la vida privada, Madrid, Siglo XXI, 1996. pp. 160.

María Luisa Femenías 

La autora inicia su obra con una pregunta que da cuenta de sus intenciones y punto de partida: a que llamamos “vida privada”. Mas aun, existe la vida privada?, si esto es así, para quienes ?. Soledad Murillo se suma, de este modo, a las contribuciones de los últimos años en torno a la problemática de identificar, reconocer describir aquello que se ha dado en llamar “vida privada”. En efecto, la historia sobre todo, pero también la sociología, la psicología y hasta el pensamiento filosófico, en su busca de la interioridad, incursionan en el ámbito de la privacidad como contrapartida tacita de las inscripciones de los sujetos en sistemas Ahora bien, a que llamamos “privada”, se pregunta Murillo, para sorprenderse con la respuesta que la mayoría de las mujeres aporta, pues describen su “vida privada” como el conjunto de practicas afectivas y materiales, orientadas al cuidado y atención de los otros miembros de la familia, adultos o niños.

 

Es decir que, en realidad, la privacidad de las mujeres, tal como ellas mismas lo reconocen, consiste en asegurar la intimidad de los otros. Se impone, pues, a juicio de la autora, examinar los modos siempre históricos— de privacidad que es posible reconocer: a) comoapropiación de sí mismo, que marca la retirada voluntaria y puntual del espacio publico en beneficio del tiempo propio; b) como privación de sí que se traduce en presencia continua y atenta de los asuntos de los otros. El primer sentido involucra una perspectiva masculina centrada en “lo propio”, mientras que el segundo, implica una perspectiva femenina, y se especializa en la cobertura de lo ajeno. Es hora, pues, de pensar —propone la autora en romper el par excluyente publico-privado porque carecer de vida privada no es solo un matiz de la vida, es la forma de constituirse como sujeto.

El libro, reelaboración de una tesis de doctorado, se divide en una introducción y cuatro partes, de diferente extensión, en las que la autora se interesa por rastrear los orígenes de la dicotomía público‑privado, las polarizaciones que conlleva, y la jerarquización del espacio social de to publico. En la tercera parte, Murillo presenta una serie de consideraciones metodológicas de tipo cualitativo, basadas en las respuestas de las mujeres convocadas a integrar seis diferentes grupos participativos, clasificados según el tipo de actividad laboral extra-domestica, llevada a cabo por dichas mujeres, Esta modalidad permitió a Murillo examinar las representaciones discursivas de los grupos respecto de lo publico, lo privado, lo domesticó y su relación con los espacios de trabajo.

El análisis es interesante pues muestra los modos en que las políticas de empleo se dirigen a colectivos específicos de mujeres y los "efectos" que produce en ellas la necesidad de habitar un espacio masculino por definición: falta de promoción, descalificación, doble jornada, etc. De manera similar, también se produce un desajuste en la integración de las mujeres al espacio político al no contar con raíces históricas, ni con un presente que legitime su presencia a pesar de las leyes de cuotas Los grupos de mayor cualificación se yen obligados a negociar diariamente las reglas internas de su espacio de trabajo en el mercado, a la vez que están en mejores condiciones de cuestionar abiertamente la sobrecarga que padecen.

No deja de ser un dato curioso que en todos los grupos de discusión, independiente de la actividad laboral que las mujeres llevaran a cabo (desde empleadas domesticas hasta profesionales y militantes políticas), se observa como el comportamiento y organización del espacio queda definido por los demos, los varones. Se verifica también a juicio de la autora una relación muy especial entre el espacio publico y la esfera domestica debido al tipo de requerimientos y demandas del hogar, que Murillo denomina "servidumbre de genero" y que también afecta a todas las mujeres por igual, independientemente de su status laboral público.

Los tiempos de las mujeres se multiplican, por tanto, en tiempos de responsabilidades disimiles, no homogéneos, coyunturales, que mantienen una dinámica propia cuya espiral es difícil de sostener.

Por el contrario, los tiempos de los varones encuentran un ajuste perfecto de tiempos sin sufrir interferencias ni a su proyecto laboral ni personal: lo público-laboral queda perfectamente recortado de lo privado.

Nuevamente el análisis de Murillo llama la atención sobre la escasa incidencia que el ingreso masivo de las mujeres a los mercados de trabajo ha producido en la percepción general de los roles de las mujeres (que sigue oscilando entre la “abnegación” y la “justificación”) tanto respecto de si mismas como de los varones. La presencia femenina debería originar cambios de actitudes en la población respecto de los roles sobre los que se había organizado los diversos ámbitos de la esfera laboral, domestica y privada y sin embargo esto no sucede. Las mujeres siguen perteneciendo al ámbito domestico: se trata para los varones, más bien, de una sospechosa tolerancia de las mujeres en los espacios públicos y para las mujeres, de una espacie de “gusto” o “placer” por saber que valen para muchas cosas. Esta tácita e íntima satisfacción favorece a su vez la tolerancia de las mujeres respecto de las tareas domesticas, a las que siguen  como “sus” obligaciones.

Murillo apunta con agudeza que esta especie de “apertura” de las mujeres opera en el doble sentido de ingresarlas al mercado de trabajo, pero, a la vez, de excluirlas de los grados de competencia y de  competividad más altos. Si ellas mismas están convencidas de que ese espacio público no es el suyo, el trabajo sera más  una válvula de escape que un modo de vida: si existe una “triunfadora”, esta esta travestida (…) sera un hombrecito...

Interesantes afirmaciones que Murillo recoge sin agotar sus posibilidades y que dan cuenta, una vez mas, de lo que alguna vez se llamara la esclavitud consentida. Esto nos pone frente a diferentes grados de complicidad de las propias mujeres en el mantenimiento de ciertos papeles, trabajos, “formas de estar”, etc.. La sólida trama de auto y heterodesignaciones solidarias necesita aun muchos  analisis y aclaraciones. Pero no solo eso: cambiar actitudes, gestos, criterios, rutinas es más difícil de lo que originariamente las primeras feministas supusieron y la dificultad parece girar en torno a la evaluación de los privilegios que se obtienen (o se pierden) en el preciso instante de saberse poseedor o poseedora de un tiempo público y uno privado.

El análisis sociológico de Murillo, las técnicas cualitativas que aplica a su estudio y la claridad del trabajo merecen destacarse. El libro contribuye positivamente a la demarcación del espacio del "uno mismo" que Murillo aspira que reclamen para si las mujeres.

 

 

 

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