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EISLER, R., El cáliz y la espada: nuestra historia/ nuestro futuro. Santiago de Chile, Cuatro Vientos, 1990. Título Original: The chalice and the blade: Our history/our future, N.York, Harper & Row, 1987.

María Luisa Femenías

 

Se trata, sin duda, de una obra polémica. Sus trece capítulos repasan la historia desde el paleolítico de la Antigua Europa hasta el desafío del futuro perfilándose a partir de la violenta sociedad contemporánea; desde la mítica Diosa Madre hasta el derrumbe del Este y todo ello con gran profusión de datos arqueológicos y estadísticos.

Los primeros seis capítulos dedicados especialmente a la civilización minoica recuperan, en cierta medida, la vieja idea de un “paraíso perdido” femenino, tan caro a las feministas de la diferencia. En Creta, pues, “la totalidad de la vida estaba impregnada de una fe ardiente en la Diosa Naturaleza, fuente de toda creación y armonía” donde se desarrolló el homo ludens “cuyo miedo a la muerte estaba prácticamente obliterado por la onmipresente alegría de vivir” (p.  36). La autora refuerza en diversos pasajes esta idea. Afirma que “en Creta las virtudes ‘femeninas’ de mansedumbre y de sensibilidad ante las necesidades de los demás, tenían prioridad social” (p.  45). Así, en contraposición a las demás de la antigüedad, la civilización minoica es tildada de “civilización femenina” (p.  46). En otras palabras, Eisler establece dos modelos civilizatorios: el uno femenino o solidario y el otro masculino o jerárquico, a los que a su vez, atribuye valores constitutivos también femeninos o masculinos según el caso. En el primero se canta a la vida y a la Diosa, en el segundo se exalta a la muerte, la guerra y a los Dioses belicosos. La Diosa se simboliza en el cáliz que representa a la sociedad nutriente femenina, mientras que la sociedad jerarquizada, propiamente masculina, lo está en la espada. En Creta “reina” la mujer, ella es libre y ejerce su influencia benéfica. Las tribus pastoriles (kurgos) que invadirán después (cap. 6 en adelante) dominan a la mujer, la mantienen sojuzgada (en diversos grados y modos) hasta nuestros días, pues nuestro modelo de sociedad es masculino, es decir, jerárquico y belicista.

Lo femenino es presentado como una fuerza histórica (p. 115) derrotada en el período de las invasiones que establecieron las virtudes masculinas de la rudeza, la agresividad y la agresión por encima de las de compasión, la responsabilidad y el amor (p.  137). El futuro, puede decirse, a modo de conclusión, está precisamente en la recuperación de ese pasado que constituye nuestra herencia oculta (cap. 8). Es decir, superar lo que Eisler denomina la androcracia actual para establecer una nueva realidad sobre los antiguos mitos gilánicos. De este modo se abre paso la transformación de la política, la economía y la ciencia.

Reconocemos el valor ético de la propuesta de Eisler y -además- resulta incuestionable que la sociedad actual es mayoritariamente agresiva, jerárquica y autodestructiva. Muy bien ilustra la autora, con estadísticas actualizadas, el vuelco cualitativo que significaría destinar a la alimentación y salud (cap. 12 y 13) los recursos que se invierten en armamento ofensivo-defensivo. Sin embargo, a nuestro modo de ver, la autora asienta sus dichos sobre algunos supuestos controvertibles:

1.      Su constante apelación a lo femenino y     lo masculino parece suponer algún tipo de esencialismo, posiblemente de tipo biologicista por la continua apelación a la mujer como madre.

2.      Este esencialismo se resuelve en Eisler en una axiología de valores femeninos y valores masculinos que adquieren un carácter atemporal y a-histórico. En efecto, los varones minoicos, obviamente adaptados y partícipes de la sociedad solidaria, son considerados por Eisler como portadores de valores femeninos. Pero resulta difícil, ver el camino para la construcción de una sociedad mixta sin supremacía de un sexo sobre otro con “valores humanos” que pueden asumir varones y mujeres por igual.

3.      La tabla axiológica implícita que maneja Eisler privilegia los valores femeninos sin más. En otras palabras, todo valor solidario es considerado femenino de lo que resulta que todo valor femenino es “superior” a todo valor masculino, insertándose en la línea de quienes piensan que lo femenino tiene una superioridad intrínseca. Conclusión por demás discutible.

4.      La mujer es pues esencialmente solidaria, dulce, protectora, etc. Pocas veces habla Eisler de las mujeres. Las que no son así caen, en la mejor tradición androcéntrica, dentro de los casos no-naturales. Así, concluye, es tan anormal que la mujer desee el poder (el ejemplo es M. Tatcher) como que el varón elija la mansedumbre. En este sentido, Jesús aparece como portador de valores femeninos (cap. 9).

5.      De este modo la mujer aparece en Eisler como la única capaz de redimir a la sociedad actual de su marcha hacia la destrucción. Tarea nada fácil que asigna a la mujer y que parece poder realizarse por un mero acto de voluntarismo colectivo de las mujeres.

De lo dicho parece desprenderse un reduccionismo peligroso por cuanto, en aras de un noble objetivo, simplifica de modo drástico, un problema mucho más complejo e intrincado.

Nos parece innecesario extendernos más sobre estas consideraciones. Prescindiremos también de evaluar en detalle datos y fuentes en torno de las concepciones médico-filosóficas de la antigüedad. Bástenos, a este respecto, disentir fuertemente del rótulo de “feminista” que aplica a Platón y a Pitágoras. Numerosa bibliografía fundamenta una interpretación contraria. La obra es, con todo, un intento loable de interpretar nuestro pasado y nuestro futuro de modo diverso.

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