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Mujer y poder

En el marco de las Jornadas de Filosofía Feminista, organizadas en noviembre del año pasado por el Área Interdisciplinaria de Estudios de la Mujer y el Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, AAMEF organizó una Mesa Redonda sobre Mujer y Poder que fue ocasión de un interesante debate.

Coordinada por Nora Stigol, participaron especialistas de distintas áreas: Esther Arbiser, abogada; Graciela Di Marco, socióloga; Cecilia Lipszyc, po­lítica y Julia Levi, de AAMEF.

Lo que ahora publicamos es una síntesis de las ponencias de las participantes.

 

Esther Arbiser*

 

La noción de Mujer-Poder, lejos de ser un concepto estático, es una relación en permanente movimiento influenciada por factores sociales, económicos, históricos y culturales.

Si consideramos al Derecho como un ente regulador de conductas en un momento histórico determinado, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el Derecho es en sí una fuente importante de poder. Y, si además, como el tema que nos ocupa, es la mujer y su relación con el poder y el Derecho, creemos que es importante tratar de visualizar cómo se relaciona la mujer con el Derecho y de qué manera lo utiliza.

Es creencia generalizada que el Derecho es algo que no tiene demasiado que ver con la mujer y su vida cotidiana. Pareciera que el mundo de los afectos, que tan caro resulta a las mujeres, tiene un camino paralelo a este otro, lleno de leyes, normas y disposiciones que se sienten confusas y alejadas.

Nada de esto es así. Si bien desde siempre se enseñó que las leyes eran hechas para los hombres o para alguna circunstancia concreta, específica y dificultosa del desarrollo de una persona, el Derecho es una herramienta fundamental para poder desenvolverse en el transcurso de la vida.

La mujer está inserta en un grupo familiar cualquiera sea su estado civil: soltera, casada, viuda, divorciada; o como concubina, hermana, madre, hija. De acuerdo al rol que desempeñe, diferentes modalidades de relación definirán su accionar.

Si bien, en un primer análisis, se puede considerar que su vida transcurre lejos del derecho y que recién, ante la aparición del conflicto familiar, se hace evidente la existencia del mismo, es nuestra intención demostrar que desde que las personas son concebidas -aun antes de nacer- sus conductas están regladas por disposiciones legales que les otorgan derechos y les imponen obligaciones.

La difusión de los derechos que las asisten es lo que en definitiva les permite tener fuerza en sus respectivas posiciones, no sólo en el mundo familiar sino también en el “afuera”, o en el mundo laboral y más difícil aún en el mundo político.

No condice con la situación actual de la mujer, el ubicarla exclusivamente en el ámbito familiar y privado, sin proyección alguna al ámbito público. Pero son demasiados años de historia, en que se limitó a la mujer al campo de lo privado, para creer que en la actualidad se pueda transitar con igual comodidad en el ámbito público. Ejemplo de esta tradición en el sentir de la humanidad, es lo que dijo Jenofonte hace veinticuatro siglos: “Los dioses crearon a la Mujer para las funciones del interior, y al hombre para todas las demás... Para las mujeres es decente permanecer adentro e indecente arrastrarse afuera”.[1] Por ello, consideramos que el precio de ser “las reinas del hogar” es demasiado alto.

La mujer es una sola, adentro y afuera; la época que nos toca vivir es muy ardua y difícil; todos los valores se revisan, las preguntas fluyen sin respuesta, “¿está bien dedicarse a los hijos y al hogar en forma exclusiva?”, “¿somos libres para elegir?” “¿somos más importantes si trabajamos fuera del hogar?”, “¿cómo nos sentimos realizadas?”...

No escapa que la inmensa mayoría de las mujeres no tienen posibilidad de elección, porque los grandes problemas económicos por los que atraviesa nuestra sociedad no les dan opción alguna. Es que, además del rol sustentador y organizativo del hogar, se debe generar recursos fuera de él, en forma imperiosa y en la mayoría de los casos, sin una estructura adecuada en la coparticipación de responsabilidades, dentro del grupo familiar.

Pero qué distinto sería el sentimiento de tantas mujeres que si en vez de referirse a los bienes patrimoniales de la sociedad conyugal, como pertenencias exclusivas del esposo, pudieran sentirlos como formando parte del patrimonio de dicha sociedad. Nada más claro que ilustrarlo con una frase, que no por escuchada y conocida, es menos esclarecedora: “Mi marido, es muy considerado, me presta el coche”. Otra sería la actitud del uso indistinto de un bien patrimonial de la sociedad conyugal.

En los últimos años la ley argentina sufrió importantes modificaciones, otorgando y reconociendo derechos a la mujer.

Pero si bien la igualdad legal es fundamental, no es suficiente. Educándose, tomando contacto con las disposiciones legales vigentes y democratizando el lenguaje jurídico, a fin de hacerlo más claro, sencillo y accesible, selogrará incorporar el Derecho en el diario vivir. Además de la igualdad legal hay que lograr la igualdad real. Las mujeres, que participan en el cambio del status jurídico y social de la mujer, no sólo se benefician ellas mismas, sino también el grupo social en el que están insertas.

Una manera de trabajar para elevar la calidad de vida de las mujeres y de su contexto social es la lectura y divulgación de la “Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer” sancionada por Naciones Unidas en 1979 y ratificada por ley en 1985. Por eso la recomendamos.

Graciela Di Marco*

 

La aproximación que propongo al tema gel poder en la familia se deriva del análisis de resultados de una investigación realizada por Gest[2] sobre el tema de la democratización familiar, con el foco puesto en el registro de los cambios en los modelos de género que se están operando en las familias de sectores populares, teniendo en cuenta tres dimensiones: la existencia de un compañero conviviente o no, la realización del trabajo doméstico sólo o además, extradoméstico y la participación o no en organizaciones. Se entrevistaron a los compañeros convivientes y a las hijas/os entre 17 y 25 años.

En nuestra investigación hemos observado que pueden producirse cambios en algunas dimensiones de los modelos de género de las hijas/os relacionados con los discursos y prácticas de género de sus madres, sin que la familia en su conjunto haya incorporado aún estos cambios y democratizado totalmente los vínculos familiares. Para que además se produzca un proceso de democratización del conjunto de la familia se requiere que los miembros de la misma se involucren en el debate de las nuevas propuestas de las madres y que surja un proceso de negociación que los incluya.

Negociar significa discutir reglas, asignaciones de roles, de costos y beneficios, acordar con el otro nuevas formas de interacción en algún aspecto de la vida de relación. Touzrard define a la negociación como un procedimiento de discusión que tiene como objetivo conciliar puntos de vista opuestos. Considera que existe negociación cuando el acuerdo no es evidente, cuando los protagonistas en desacuerdo intentan encontrar un acuerdo.[3]

Para entender los procesos de negociación familiares es necesario partir del tipo de relaciones de poder que se dan en esas estructuras: relaciones simétricas o igualitarias (entre pares) o relaciones jerárquicas (entre personas con status diferentes).

En la relación simétrica los interactuantes se sitúan como iguales, las prerrogativas y los deberes son los mismos. Todo comportamiento es uno, acarrea un comportamiento similar en el otro (ya sea el cariño, la cooperación, la agresividad, etc.)

En la relación complementaria los actores están ligados por una relación polar (padre/hijo; vendedor/comprador; esposo/esposa; en la sociedad patriarcal), los compor-tamientos se ajustan unos a otros: dar-recibir, preguntar-responder, ordenar-obedecer. La polarización exige la existencia de in­dividuos no equilibrados para mantener el equilibrio del sistema. En realidad la complementariedad refleja la prioridad conferida socialmente a la armonía del sistema sobre las necesidades y deseos de los individuos que lo componen, tampoco se plantea el acceso desigual de cada individuo a la opción del rol complementario.

El equilibrio y la reciprocidad son más marcados en las relaciones simétricas que en las complementarias, en éstas se dan formas más complejas La relación complementaria puede llevar más fácilmente hacia una relación de desigualdad que rompe el equilibrio y puede acercarse a una relación jerárquica de dominio, de explotación, o de servidumbre. En la dominación también hay ciertas formas de intercambio y reciprocidad: protección del señor a cambio de trabajo y sumisión del siervo, mantenimiento del hogar a cargo del varón a cambio del cuidado de los hijos por parte de la mujer y la obediencia de éstos y la mujer a las decisiones del primero.

La obligación del intercambio en las estructuras sociales asegura un equilibrio en las relaciones, conduce a que todo lo que es dado a los otros crea a los beneficiarios la obligación de devolver un don de naturaleza comparable. Este principio se realiza sin embargo según modalidades diferentes: según se tenga una relación igualitaria (entre pares) o una relación jerárquica (entre personas con status diferentes).

En el primer caso prevalece una regla de simetría: los participantes tienen las mismas obligaciones, ninguno tiene específicamente la iniciativa de la acción. En la relación jerárquica se aplica una regla de asimetría y de complementariedad (jerarquía por edad, sexo, status social, prestigio). En el modelo complementario existe una posición alta y una baja, siendo el actor de posición alta el que tiene la iniciativa de las decisiones.

Las reglas interactivas de la familia mantienen los lazos entre los miembros y fundan la existencia de la familia. Estos lazos son de gran complejidad ya que la dinámica inconsciente sostiene las interacciones conscientes y observables. Las reglas de intercambio en las familias comportan una definición de la relación como simétrica o complementaria, jerárquica o igualitaria y como marcadora de ciertos sentimientos: amor, sumisión, respeto, sacrificio, etc.

 

Poder y negociación. El modelo patriarcal predominante de familia se funda en el supuesto de la complementariedad de los roles por el que las tareas instrumentales -por ejemplo, ganar dinero- le corresponden a los hombres y las tareas emocionales –co-mo criar a los hijos, sostener las relaciones familiares- corresponden a las mujeres. La organización del poder está basada en la jerarquía masculina.

Un modelo diferente, menos tradicional, sería el caracterizado por la simetría de los roles, en la cual a ambos géneros les competen tareas tanto instrumentales como expresivas, en lo laboral y lo afectivo. Este modele implica un criterio igualitario del poder entre varón y mujer y un enfoque más democrático y consensual de la crianza de los hijos.

La negociación en condiciones tradicionales de complementariedad y asimetría de poder a menudo lleva a una lucha en la que, por un lado, la mujer trata de obtener alguna porción del poder del varón a través de múltiples formas, que recorren un abanico de posibilidades (coerción, disimulación, persuasión, acomodación, etc.), mientras que el varón, al estar se­guro de detentar el poder no negocia, simplemente impone.

En casos de simetría de poder se trata de construir acuerdos porque los negociadores tendrán, desde ambos lados, la legitimidad y la posibilidad de redefinir la situación para encontrar una nueva que los beneficia a am­bos. Cada uno es reconocido por el otro como teniendo legitimidad para iniciar el proceso decisional.

Las negociaciones iniciadas por las mujeres, desde una condición estructural de subordinación genérica pueden adoptar dos formas:

1. Negociaciones tradicionales (NT), basadas en el no cuestionamiento de la asimetría de poder y la complementariedad de los roles.

2. Negociaciones con efectos democratizadores (ND), que se desarrollan en el marco de la búsqueda y/o consolidación de situaciones de mayor simetría en el vínculo entre los esposos.

En condiciones de asimetría de poder (NT), que son las habituales dentro del sistema patriarcal, cuando el resultado de la negociación ha consistido en arrebatar el poder al compañero, es probable que la mujer pase a ocupar en alguna área de la vida familiar una posición de poder. Este paso puede ser el iniciador de otras negociaciones en las cuales se busque una mayor reciprocidad, fundada en la cooperación, más que en la competencia. A veces le siguen procesos negociadores donde se reparten los costos y beneficios de la nueva situación. Otras veces continúan en el mismo estilo de negociación, en la cual se trata de alcanzar alguna cuota de poder a expensas del compañero. En este caso, las negociaciones se manifiestan como una confrontación abierta sobre los espacios de poder o como una transacción indirecta, en la cual se cede algo para conseguir la meta deseada, pero sin poner sobre la mesa las necesidades y derechos de la parte que no tiene culturalmente legitimidad para detentar el poder. Tradicionalmente las mujeres han ejercido múltiples formas para conseguir sus objetivos a través del fingimiento, las trampas, el poder de las bambalinas, que las deja menos expuestas a la crítica en la lucha por sus necesidades aunque les impide lograr un reconocimiento explícito de sus derechos.

Fracaso, arrebato de alguna parte del poder del varón o logros indirectos, parecen ser tres alternativas posibles de las negociaciones tradicionales.

 

Las negociaciones democratizadoras. Las negociaciones con efectos democratizadores (ND) despliegan la capacidad de transformación de las madres e impactan en las ideologías de género de las/os hijas/os.

Es necesario considerar entonces dos dimensiones en los cambios de los modelos de género que analizamos. Como decíamos en la introducción, pueden producirse algunos cambios en los modelos de género de las hijas/os, sin que la familia en su conjunto se haya democratizado.

a. Las transformaciones en los modelos de género de los hijos producidas por las transformaciones de las madres.

Estas transformaciones son producto de las luchas de las madres por adquirir reconocimiento y control en ciertos aspectos de la vida familiar. Estas luchas fueron acompañadas por argumentaciones que sustentan sus deseos y sus derechos a iniciar algunos cambios (ND). Se trata de negociaciones sólo en algunas áreas de las relaciones domésticas; ya sea en la crianza de los hijos, en el control de los recursos económicos, en el ingreso o no al mercado laboral. En alguna de estas áreas probablemente se viven procesos de negociaciones que aún no han arribado a un nuevo contrato entre los miembros de la familia.

El cambio en los modelos de género de los hijos que están relacionados con las luchas de sus madres por sus derechos no implica que la totalidad de la familia se haya democratizado.

b. Los avances en la democratización de los vínculos familiares

La democratización de la familia implica: incluir a todos los miembros de la familia en una nueva dinámica, más flexible, incorporando las voces de la madre y de los hijos en la toma de decisiones, así como reconocer los deseos de las madres que se atreven a romper con el estereotipo del altruismo) materno. Se trata de cambios en la estructura familiar que permiten evaluarlos como pasaje de una forma de convivencia rígida y autoritaria centrada en la autoridad del varón a un estilo de convivencia donde tanto las madres como los hijos -de acuerdo a la edad, el ciclo vital y los niveles de maduración- tienen el derecho a opinar y decidir, junto con el padre.

 

Los cambios en los modelos de género: impacto del discurso materno. En este punto nos referiremos al lenguaje de derechos y deseos elaborados por las madres y sus efectos en los hijos. El lenguaje de derechos supone la verbalización de las razones de los cambios que las mujeres emprenden: las luchas para adquirir mayor estima de parte del marido y de los hijos, para que el trabajo doméstico que ella realiza sea valorado, para que sus deseos de salir a trabajar o a participar en alguna actividad sean reconocidos. En otras palabras, para que pueda ser identificada como sujeto.

Cuando las madres que conviven con un compañero tienen este discurso los hijos/as modifican los conceptos tradicionales de género. También sucede lo mismo con las mujeres sin compañero, cuando se separan de hombres que no se preocupan por ellas ni por los niños, tanto en lo afectivo como en lo económico y comienzan a valorar aspectos de la nueva situación tras la ruptura de la convivencia. Las mujeres comienzan a disfrutar de su independencia en el aspecto económico y sus nuevas posibilidades de elegir otras actividades o recomenzar estudios o capacitarse para alguna ocupación.

Muchas mujeres constantemente realizan intentos de negociación en diversas áreas (algunas en aspectos de la crianza de los hijos, otras, en el manejo del dinero, otras, para salir a trabajar). Pero es necesario que verbalicen las razones de estas negociaciones, o los beneficios que esperan obtener para ellas o los que han obtenido para que se produzca en las hijas/os una ruptura con las concepciones de género tradicionales. Este discurso de las madres permite que sean consideradas como sujetos de derechos y de deseos, constituyéndose entonces en un discurso de derechos.

Del mismo modo que las madres no negocian en todos los campos de la vida cotidiana, los jóvenes presentan fracturas en sus concepciones de género y no un discurso de género global alternativo. Las historias personales de los miembros del grupo familiar, especialmente de las mujeres, generan cambios en ciertas esferas de la vida cotidiana y a su vez alimentan un proceso de búsqueda de nuevos cambios, de avances y retrocesos, a través de los cuales se van modelando nuevos, incipientes modos de resignificar qué es ser mujer.

Las mujeres que explicitan por qué decidieron realizar determinados reclamos a sus compañeros o por qué han elegido alternativas diferentes las tradicionales de subordinación, han pasado de la ambigüedad discursiva a una reflexión consciente y racional sobre las motivaciones de sus conductas de desafío del poder del hombre en la familia; proclamando su de­recho a trabajar o a participar o a manejar el dinero de una manera más igualitaria.

Para que se produzcan cambios en los hijos, más que el efecto de mostración de las conductas de las madres, es necesario el argumento, la palabra de la mujer que explique por qué hace lo que hace, que se presente como sujeto de derechos y de deseos, aun cuando este discurso verbal presente contradicciones.

La contradicción más frecuente se da entre la posibilidad de sostener un argumento sobre el derecho al uso del dinero o la realización compartida del trabajo doméstico, o a la salida para ir a trabajar pero no sobre la crianza diferencial de las nenas y los varones, más atada a la moral tradicional.

La contradicción o ambigüedad materna, cuando es explicitada, abre un debate en el discurso familiar acerca de las conductas apropiadas para cada género. En cambio cuando las mujeres logran una porción de poder como resultado de las negociaciones con argumentos tradicionales (NT) aunque logren poder no cambian el discurso familiar.

Cuando las mujeres rompen las argumentaciones tradicionales en algunas de las áreas en las que negocian producen en los hijos/as la posibilidad de reconceptualizar sus representaciones de género. Este efecto es más fuerte en las hijas, las cuales tienen al mundo familiar casi como principal y excluyente fuente de socialización.

La voz de la madre, mujer de mediana edad que se atreve a enunciar una verdad diferente a la tradicional con la que explica sus deseos y sus prácticas, produce impactos en el discurso familiar. Este está compuesto de un repertorio de significados de género, modelado por la historia de cada grupo de parentesco, de los logros y dificultades afectivas, económicas y laborales, de las expectativas por el futuro de los hijos.

Cuando las mujeres detentan esferas de poder dentro de la familia y lo encubren con discursos altruistas, es difícil que en la familia se reconozca abiertamente que es la madre quien ejerce el poder en algunas áreas y lo que es más, ni ellas mismas lo reconocen así. Por ejemplo, las mujeres que controlan los recursos económicos de todos los miembros de la unidad doméstica que tienen trabajo remunerado, asignando los prioridades y los gastos, poseen poder en el área del presupuesto familiar, pero en sus discursos y en los de sus maridos e hijos se considera al padre como la autori­dad en ese ámbito de la vida familiar.

La autoridad se basa en el reconocimiento de que alguien realmente está autorizado para detentar el poder, ya sea desde la moral de la sociedad en su conjunto o de un grupo familiar en particular. Al quedar el discurso tradicional intacto, los hijos saben que su madre tiene poder en alguna área, pero no le dan la legitimidad que debiera tener si ésta hubiera proclamado sus derechos. El discurso tradicional no es alterado aunque las prácticas, al menos en parte, lo contradigan.

La enunciación de un lenguaje de derechos tiene el efecto de proclamar la legitimidad de una conducta diferente al modelo de la división sexista. Opera en los hijos corno posibilitador de la construcción de una ideología de género en transición hacia formas de convivencia más simétricas entre los géneros, puesto que les permite elegir entre modelos de convivencia alternativos.

 

Cambios en las madres y modificaciones en las ideologías de género de los hijos. Como ya he señalado, se observa una tendencia a la construcción de una ideología de género en transición hacia formas menos sexistas y más democráticas en las hijas e hijos de madres que han podido articular un conjunto de razones acerca de sus cambios y de sus elecciones, incluyendo sus intereses y deseos.

 

En esta sección hemos relacionado el tipo de negociación y el ejercicio del poder de las mujeres que viven con un compañero con la ideología de género de las/os hijas/os. En el caso de las mujeres sin compañero, hemos relacionado el reconocimiento explícito de los aspectos positivos de su nueva vida como jefas del hogar con la ideología de género de las/os hijas/os.

Dentro de la submuestra de mujeres con compañero, las que han podido dar razones de sus decisiones y avanzar en algunas áreas sobre el poder de los maridos son aquellas en las que se encuentra presente la combinación de trabajo remunerado extradoméstico y de participación comunitaria. La afirmación de las madres en sus derechos a trabajar y participar parece estar positivamente conectada con las ideologías de género en transición de los hijos.

El trabajo remunerado fuera de la casa y la participación pueden ser simultáneos o sucederse en el tiempo, pero, como veremos en la siguiente sección, la participación comunitaria refuerza el proceso de cambio de las mujeres, al permitirles una experiencia en el mundo público donde ellas prueban sus fuerzas y los conocimientos adquiridos en el ámbito doméstico.

 

Mujeres con compañero conviviente

Ideología de género hijas/os

a.   Negociaciones acompañadas de ruptura de argumentaciones tradicionales, explici-tación de los moti­vos de sus acciones e inclusión de la madre como sujeto. Ejercicio abierto del poder en alguna área.

En transición

b.   Negociaciones sustentadas en argu­mentaciones tradicionales, no reco­nocimiento de la madre como suje­to. Ejercicio encubierto del poder en alguna área

Tradicional

Mujeres sin compañero conviviente

 

a.   Valoran y defienden explícitamente
su nueva vida, más independiente

En transición

b.   No valoran explícitamente aspectos positivos de su nueva vida

Tradicional

 

En algunos casos, las mujeres participan y luego dejan la actividad para emplearse como trabajadoras domésticas. En la Argentina, la combina­ción de las consecuencias del ajuste estructural que golpea especialmente a los sectores medios bajos y a los pobres, con la desesperanza y la falta de credibilidad hacia los gobernantes produce descensos de la capacidad de participación más o menos permanente. Muchas mujeres pobres que te­nían alguna actividad participativa dejan por un tiempo de hacerla porque deben trabajar para aumentar los recursos de sus familias. También las experiencias poco exitosas medidas en términos de logros materiales concretos desaniman y hacen descender la participación. Esta queda atada a la participación en aspectos puntuales de supervivencia o a las protestas y/o defensa de cuestiones ligadas fundamentalmente con la necesidad de justicia y reparación social, como lo son las marchas del silencio que se realizaron cada jueves en Catamarca durante los años 91 y 92, las marchas por la defensa de la escuela pública en el año 92 y las movilizaciones producidas por el cierre de fuentes de trabajo en diversas localidades de provincias, etc. Estas movilizaciones comparten el escenario sociopolítico con protestas de sectores medios contra el cobro de peaje, o de pequeños agricultores contra el cobro de impuestos considerados excesivos.

En el caso de las mujeres sin compañero conviviente, la primera distinción está dada por el hecho de que sean separadas o viudas. Estas últimas, trabajen o no trabajen, hayan o no tenido poder en algún área mientras vivían sus compañeros, no manifiestan en su discurso la valoración de aspectos positivos de su nueva vida, y mucho menos, alguna crítica a sus esposos muertos.

Las que se han separado, frecuentemente después de experiencias dolorosas de abandono o maltrato o infidelidades, y cuando son capaces de poner en palabras su evaluación de la antigua situación y de la presente, han podido transmitir a sus hijos una representación de la madre como actora de un proceso de cambio. Este proceso está signado por la ruptura de la subordinación a sus compañeros y muchas veces a sus familias de origen, las que cuestionaban sus separaciones. Dentro de este grupo, en el cual todas tienen trabajo remunerado, los cambios más sustantivos se han presentado en las mujeres que además han iniciado experiencias participativas a nivel barrial y en las que se han conectado con redes y grupos de mujeres tanto del barrio como fuera del mismo.

 

La democratización de los vínculos familiares. El caso de las mujeres con actividad participativa en los sectores urbanos pobres. Las mujeres de mediana edad que participan en organizaciones colectivas de base gestadas en los últimos diez años, son las que parecen estar produciendo cambios hacia una mayor democratización de las familias.

Las redes de mujeres, así como las organizaciones comunitarias de las mismas, creadas por ellas para enfrentar las condiciones de subsistencia son los lugares donde se contrastan estilos familiares, donde se pone en juego el conocimiento subjetivo acerca de diversos aspectos de la vida cotidiana y se lo socializa, compartiendo experiencias y produciendo nuevos conocimientos y nuevas conductas. Las experiencias individuales domésticas son transformadas en un nuevo tipo de conocimiento compartido, social.

Las mujeres que se reunieron y comenzaron a discutir diversas estrategias de acción para dar respuesta a problemas concretos y puntuales de sus barrios (instalación de centros de atención sanitaria, escrituración de viviendas, agua potable, recolección de residuos), son las que se encuentran realizando cambios más profundos y duraderos en sus familias.

Estas mujeres han criado a sus hijos en medio de las dificultades de los barrios pobres donde han vivido. A menudo, a lo largo de sus vidas han transitado por varios barrios hasta encontrar un asentamiento definitivo en un vecindario. Pero esto no es lo más frecuente. Ellas saben que la precariedad de la tenencia de la vivienda o el lote amenaza a sus familias pues los barrios pueden ser erradicados de acuerdo con decisiones políticas que frecuentemente no incorporan las necesidades de la gente. También experimentan el fracaso de no haber podido tener una casa mejor, con pisos y techos adecuados, con más espacio.

Entre los treinta y los cuarenta años, las mujeres han acumulado una historia de experiencias en la lucha por la supervivencia cotidiana, por la crianza de los hijos, para lograr establecer nuevas pautas de convivencia con sus compañeros. Han vivido la etapa de la formación de la pareja, de la crianza de los hijos, de la ida a la escuela de éstos, a menudo sólo a la primaria, han renunciado a los deseos de que sus hijos pudieran acceder o/y finalizar la secundaria, siempre arreglándose con poco dinero, con dificultades económicas que cada vez se han agravado más. Algunas están solas al frente de sus familias, otras están redefiniendo su relación con el compañero, todas tienen hijos grandes que cuidan a sus hermanos menores en el caso de que los tengan. Este conjunto de factores las hace estar más conscientes de las necesidades de sus barrios y más proclives a buscar alternativas de mejoramiento del medio en el que viven.

En cambio, las mujeres jóvenes solteras y casadas, tengan o no hijos, que generalmente viven en la misma unidad doméstica de sus padres o cerca de las mismas, se apoyan en la experiencia y actividad de la madre y no consideran que sea necesaria su presencia para resolver asuntos de la comunidad.

Las mujeres comenzaron a asociarse en situaciones coyunturales, muchas veces para suplir la ausencia de una asociación de vecinos del barrio, o, para realizar actividades que la misma no hacía bien o simplemente no realizaba. Algunas de ellas tuvieron la influencia de mujeres feministas que acompañaron el proceso de organización, otras fueron armando sus grupos y en algún momento se acercaron a éstos diferentes agencias (algunas del Estado, otras no gubernamentales, entre éstas, algunas con orientación religiosa). De la ideología de esas agencias dependió que las mismas fueran rechazadas o bien que cooptaran al grupo o que se estableciera una situación de cooperación. Esto depende también de la ideología subyacente del grupo de base.[4]

 

El proceso de convertirse en un “colectivo”. Las mujeres que han comenzado a participar viven la organización como un colectivo y tratan de mantener una cierta horizontalidad en sus relaciones. A menudo estas relaciones no son fáciles. Existe el deseo de cooperar entre todas y de funcionar sin jerarquías lo que frecuentemente sucede en las primeras etapas de constitución de los grupos. La idea de la “hermandad” de género está presente como un ideal muy fuerte aunque no precisamente expresado, frente a una situación impregnada por la dominación de género y clase que viven cotidianamente. En estos momentos constitutivos se realizan extraordinarios esfuerzos para dejar de lado las diferencias políticas, religiosas y económicas que pueden dividirlas. Esto sucede especialmente en las organizaciones que se armaron a través de redes vecinales de mujeres, sin injerencia de personas de poder, ya sea líderes políticos o religiosos. También ha sucedido lo mismo en las que tuvieron alguna influencia de feministas de clase media o miembros de ONGs que han trabajado en los barrios aportando sus conocimientos técnicos.

En cambio, las organizaciones estimuladas por los sacerdotes o por dirigentes políticos varones han surgido más verticales.

En el primer caso, cuando la incipiente organización debe formalizarse para tener más peso en sus acciones aparece la necesidad de formalizarse en los niveles que habitualmente tienen este tipo de asociaciones: presidenta, vicepresidenta, secretaria, vocales, etc. Surge entonces el debate acerca de quién tiene aptitud para cada puesto y cómo debe desempeñarlo. Aparecen las diferencias de capacidad de cada una, es más, se hace necesario discutir las diferencias, momento que todo grupo debe atravesar. Ésta es una situación crítica para la continuidad de la organización. En algunos casos se paralizan las acciones, pues las miembros se niegan a salir de la “hermandad”, altamente valorada, pues ésta les permite acceder a un lugar donde sus necesidades son escuchadas por otras mujeres que entienden su lenguaje y le posibilitan a cada una de ellas, que se ha pasado la vida nutriendo a otros, ser nutridas ellas mismas nuevamente. En estos casos es frecuente que se pierda el objetivo de intervención sobre los problemas del barrio que las convocó y se convierta en un grupo de reflexión o autoayuda exclusivamente.

Algunos grupos de base pudieron plantearse las diferencias y buscar, más allá de los cargos formales solicitados por las burocracias estatales para poder operar con reconocimiento jurídico, liderazgos situacionales que de algún modo rompieran el esquematismo de las “comisiones directivas”, sin renunciar a la calidez de las relaciones afectivas que desarrollaron.

Otras asociaciones se burocratizaron y se mimetizaron con las organizaciones masculinas, perdiendo en este caso el potencial de democratización que tenían y la afectividad, la “ética del cuidado”,[5] así como la acción racional de cálculo de costos y beneficios, entrelazadas en el accionar cotidiano que caracteriza a las anteriores.

Las organizaciones que surgieron por iniciativas de dirigentes masculinos de afuera del grupo de mujeres han continuado a menudo realizando una intensa acción comunitaria, comandadas la mayor parte de las veces por hombres o bien, por mujeres con una concepción autoritaria. En algunas se han comenzado a escuchar voces femeninas planteando la necesidad de discutir los roles asignados, que frecuentemente consisten en la toma de decisiones y el lobbing a cargo de los hombres, mientras que las tareas de cocinar y de atender a los niños en los comedores populares están a cargo de las mujeres.

 

Las organizaciones iniciadas por las mujeres. Las mujeres de los barrios que realizaron las experiencias más exitosas de participación (evaluadas en términos de autonomía de gestión, de democracia interna y de elaboración de estrategias que rompan con la subordinación de género hacia los hombres del barrio y los funcionarios) se organizaron en un ámbito público desde el cual se plantearon la negociación con los distintos poderes: la municipalidad, los consejeros vecinales, los representantes de los partidos políticos. Conformaron una identidad como sujetos políticos estableciendo claramente estrategias para el logro de sus fines, teniendo en cuenta el cálculo práctico que evalúa el monto de esfuerzo y los beneficios a obtener. El cálculo habitualmente denominado de “costo-beneficio” estuvo acompañado de una forma de relacionarse dentro del grupo y hacia afuera del mismo basada en la expresión de los afectos y en la consideración de las necesidades particulares contextualizadas socialmente. Algunas veces esta forma de accionar las conduce a un timing en las acciones diferente al que la lógica de los que observan desde afuera quisieran. Estos observadores son los hombres de la comunidad, así como los dirigentes políticos acostumbrados a las modalidades masculinas de accionar en las asociaciones vecinales. Sus críticas consisten la mayor parte de las veces en exacerbar el cálculo de costo-beneficio, sin dar tiempo a la toma de decisiones por consenso, o a la expresión de los afectos y la consideración de necesidades más particulares.[6]

 

Lo doméstico público-privado como ámbito político. Las estrategias de poder de las mujeres se relacionan con el poder y la autoridad que pueden elaborar dentro de los grupos domésticos[7]. Las mujeres que salen a participar proclaman dentro de sus familias el derecho a salir, a ocupar un espacio público. Al conformar su identidad como grupo reconocen sus propias fuerzas y las fuerzas de los demás, en este caso aliados para su tarea o adversarios de la misma. Así pasan a tener una acción política.

En algunos de los grupos de base las mujeres que los constituyen se acercan a las esferas de poder (funcionarios municipales, diputados) como asociación que plantea sus demandas y propuestas y exige un trato basado en el reconocimiento de la legitimidad de sus propósitos y de su capacidad para interpelar al Estado.

La participación de las mujeres en el ámbito público da lugar paulatinamente al desarrollo de una conciencia social crítica que les permite tanto una revisión de su papel en la sociedad como sector subordinado, como así también la gestación de una lucha reivindicativa de su condición de clase. Se inicia de este modo un proceso que denominamos político transformador y que tiene que ver con el paso de una conciencia en sí (reproducción del ser individual, según la terminología que utiliza Heller[8] relacionada con la satisfacción de necesidades personales), a una conciencia para sí (se actúa en un sentido no individual sino social), tal como la necesidad de constituirse en sociedad de fomento del barrio.5

La horizontalidad, la amplia discusión democrática, que se deriva en la toma de decisiones por consenso fortalecen la solidaridad intra y extra grupo. Estas experiencias participativas están en la base del desarrollo de una “conciencia para sí”, articulando dos procesos que son mutuamente inter­dependientes: la participación y la construcción de la conciencia social.5

 

Modos de representación de la conciencia de género. Desde nuestro punto de vista, cuando las mujeres están luchando para mejorar las condiciones de su vida cotidiana familiar, no muestran un discurso racional acerca de asuntos de género[9]. Pero a nivel de sus prácticas ellas desafían el orden natural, negociando dentro de sus propias familias, con sus compañeros masculinos en las asociaciones y con los funcionarios públicos. En esta conducta se construyen a sí mismas como sujetos, no como simples agentes de las decisiones de aquellos. Construyen sus propias identidades, las cuales comienzan a ser explicitadas verbalmente.

Las mujeres dan explicaciones racionales de sus actos, pero sin ponerlos en términos teóricos de defensa de intereses de género. Por este motivo, nos referiríamos no a dos tipos de intereses (estratégicos y prácticos, según la terminología de Molyneux)[10] sino a diferentes modos de conciencia, in­cluyendo la ambigüedad y la fragmentariedad de los discursos y prácticas, en vez de dicotomizarlas.

Consideramos que la conceptualización dicotómica oscurece la comprensión del proceso a través del cual las mujeres pueden obtener alguna porción de autoridad, tanto en sus familias como en las asociaciones, mientras están defendiendo las condiciones de su vida cotidiana. Cuando las mujeres salen de sus hogares no solo plantean demandas al estado, también pueden negociar con sus compañeros masculinos en las asociaciones, con sus esposos e hijos en sus hogares. Ellas producen cambios en sus vidas con el fin de poder participar. Experimentan otras maneras de vivir y pueden desarrollar nuevas redes sociales.

Estos factores ─tanto negociaciones dentro de sus familias, o en las aso-ciaciones, como cambios en sus redes sociales─ pueden modificar las representaciones de su lugar en el sistema familiar y pueden también redefinir su lugar en las asociaciones.

Safa argumenta “que la colectivización de tareas privadas tales como preparación de comida y cuidado de los niños está transformando los roles de las mujeres aun cuando no consideradas como desafíos conscientes a la subordinación de género. Estas actividades han contribuido a incrementar el reconocimiento del rol vital de las mujeres en la reproducción social y de su capacidad para la acción colectiva. En contraste con las feministas de clase media, estas mujeres nunca rechazan su rol doméstico, sino que lo usan como una base para dar fuerza y legitimidad a sus demandas al estado.[11]

También consideran que al trasladar sus asuntos domésticos al área pública, están redefiniendo el significado asociado con la domesticidad para incluir en ella la participación y la lucha más que la obediencia y la pasividad.

Las mujeres, al devenir sujetos, están redefiniendo su rol doméstico más que rechazándolo. En esa redefinición desafían la autoridad masculina dentro de la familia, la cual está basada en la división entre lo público y lo privado, concerniendo a los hombres el primero y a las mujeres el segundo. Esto se puede observar en el modo en que las mujeres redefinen sus relaciones domésticas: a) tratan de distribuir la carga del trabajo familiar cotidiano (por ejemplo, el compañero o los niños van a comprar y preparan la comida mientras la madre está en una reunión), b) negocian con sus maridos y niños su derecho a salir para una reunión o para realizar algún trabajo en el barrio, c) cuando los maridos no están de acuerdo con su participación social, cambian las horas de las reuniones, con el fin de salir cuando ellos y los niños no están, d) invitan a sus parejas o a sus niños pequeños a una reunión, para que puedan ver el tipo de trabajo que hacen y de esa manera evitar celos y malentendidos.

Finalmente, otra característica importante de la vida cotidiana de las mujeres participativas es la ampliación de su red social. Pertenecer a un grupo recompensa a las mujeres de maneras significativas: al comparar sus propias experiencias con las de otras mujeres se amplían sus horizontes en cuanto a lo que saben y obtienen más prestigio dentro del grupo familiar (observando diferentes metodologías de crianza o arreglos domésticos).

 

La participación de la mujer y los cambios de los modelos de género en la familia. En el sistema de autoridad familiar, la autoridad del padre está dada por ser el que trae los recursos económicos al hogar y por su mayor pertenencia y conocimiento del mundo de “afuera”. Esta representación se apoya en ciertos supuestos que los hombres y mujeres dan como válidos, pero que son refutados por los resultados de investigaciones acerca de la vida cotidiana de las personas de sectores populares. Los hombres de estos sectores tienen escaso contacto con el mundo fuera del barrio y redes sociales muy pobres. No llegan a establecer relaciones de amistad con compañeros de trabajo fuera del ámbito laboral, en el caso de que no estén desocupados. Los que trabajan por “cuenta propia” lo hacen en situaciones de bastante aislamiento. Además, cuando regresan de su trabajo se recluyen en la vivienda y en general sólo tienen relaciones con algunos miembros de la familia y algún vecino, al igual que las mujeres que no tienen otra actividad que la doméstica.

De todos modos opera en el imaginario familiar la idea de que “el hombre sabe” del mundo extradoméstico, mientras que “la mujer sabe” de la reproducción de la vida cotidiana. En base a este supuesto se organiza una parte del sistema de autoridad familiar.

Cuando la madre se conecta activamente con el mundo “de afuera” y comienza a llevar afuera las demandas familiares de supervivencia y a traer a la casa lo que fue socializado en las reuniones, literalmente rompe la pared divisoria entre las esferas femeninas y masculinas de acción y comienza a ganar prestigio que la coloca en una posición de mayor igualdad con su compañero.

Los fundamentos mismos de la atribución de autoridad por género comienzan a ser reconsiderados. La madre tiene una voz legítima para hablar de los asuntos del barrio, para discutir de política. Con estas mujeres se puede hablar de lo público, se pueden discutir estrategias, ensanchando el horizonte de las preocupaciones de todos los días, uniendo lo privado y lo público en un mismo acto de reflexión.

No cuestionan la estructura de desigualdad de los géneros en sentido global, la cual en un barrio marginado se suma a las profundas desigualdades sociales, sí plantean en cada caso y situación el derecho a tener una intervención en los asuntos de la comunidad y a ser oídas en sus reclamos. Negocian abiertamente con sus maridos e hijos su derecho a la participación comunitaria, transgrediendo el modelo tradicional de la madre y esposa.5

La defensa de su derecho a participar es diferente a la defensa del derecho a trabajar, aun cuando en las historias de vida de las mujeres aparezcan imbricados. Este último está frecuentemente legitimizado por la contribución económica para la supervivencia familiar y puede estar recubierto con una idea de prolongación del altruismo materno. En cambio, la participación comunitaria no ofrece directamente beneficios a la familia y sí ocasiona la necesidad de reacomodamiento en las tareas de los miembros de la unidad doméstica cuando la madre se ausenta para sus tareas en las organizaciones sin obtener mayores beneficios para su familia en particular.

 

Las mujeres con actividad participativa. Tipos de participación. Mucho se ha escrito y hablado acerca de la participación de las mujeres en los últimos años. Pero hay todavía un tema, no tan frecuentado, que se refiere a los estilos participativos de las mujeres y los cambios en su discurso y prácticas de género, que operan en la casa y en el barrio.

En la investigación que comento he podido observar que no es la “participación” en sí la que está relacionada con los cambios, sino el tipo de participación en el que las mujeres están involucradas. Por lo tanto, he comparado diferentes modalidades de participación y su relación con la democratización de los vínculos familiares. En la muestra de mujeres con participación se encuentran los siguientes tipos: vecinal, política, gremial y religiosa.

Además, es conveniente tener en cuenta que los discursos y las prácticas de las mujeres que participan en organizaciones de base no son homogéneos. El origen de la organización y el tipo de inserción que tienen en las mismas no sólo varía entre las diferentes asociaciones, también varían en el timing las prácticas que se dan las mujeres y en los argumentos en los cuales basan estas prácticas.

Un enfoque global, abarcativo de “toda participación” y “todas las organizaciones de mujeres”, conduce muchas veces enfoques en cierto modo ingenuos, en los cuales se presenta a las mujeres -especialmente de sectores populares- como heroínas de batallas elevadas al nivel de mitos. O por el contrario, se destacan logros de las mujeres en cuanto a aumento de la autoestima, capacidad de gestión, pero se duda seriamente acerca de los logros en cuanto a los cambios en los modelos de género o en la democratización de las instituciones, la familiar y las organizaciones.

Considero que frecuentemente nos corremos entre uno y otro enfoque, precisamente por no contar con suficientes estudios en profundidad con un enfoque microsocial de las vidas de esas mujeres, las de sus maridos e hijos, sin abandonar las relaciones con el contexto sociopolítico general. Este trabajo es un aporte a acercarse a la complejidad del terna, rehuyendo el empobrecimiento que significa ver la realidad con una óptica dicotómica.[12]

Julia Levi

Para tratar el tema que nos ocupa, me apoyaré en algunas afirmaciones que hace Celia Amorós al respecto[13] en relación con el espacio de los iguales y el espacio de las idénticas. Hagamos algunas consideraciones previas.

 

Poder, colectivos y pacto. Tomando la definición que Spinoza hace en la Ética del término potentia, como “la capacidad de incidir sobre el mundo o de afectar lo exterior en mayor medida, o al menos no en menor medida, de lo que uno/a es afectado/a”, Amorós lo hará equivaler a poder y dirá que alguien tiene poder si al menos no es afectado en mayor medida de lo que puede afectar a su entorno. Por tanto, se será impotente, no se tendrá poder, en la medida en que la cuota o posibilidad de afectar o de incidir sea nula. Ahora bien, ¿cómo se detenta este poder? El poder, dirá Amorós y nosotros/as acordaremos, no es poder de una persona. Por más concentración de poder que haga alguien, “se tiene tanto menos poder cuantas más posibilidades existen de que sean alterados los resultados de nuestras objetivaciones en la realidad”. Por esa razón entonces, las acciones aisladas corren el riesgo de recibir la incidencia de las acciones de todos los demás, alterándolas, desviando su curso, “es decir, reduciendo a la impotencia el resultado de una acción individual.” Sí a esto le sumamos otra razón fundamental: que el poder no es una esencia o una sustancia que se posee a la manera de la propiedad privada y reconocemos la necesidad de barrer con una concepción ontológica del mismo, debemos acordar entonces que el poder siempre es poder de grupos, poder de colectivos que desarrollan redes o sistemas de poder.

Recordando a Foucault, Amorós dirá que el poder, contra lo que parece, es difusivo, es decir crea relaciones que transitan, crea un sistema metaestable de transitividad. ¿Qué es lo que transita, lo que se difunde? La cuota de poder de cada uno de los miembros del grupo que lo posee. ¿A través de qué relación se difunde o transita el poder, diferente en cada momento de la historia del grupo que lo detenta? A través de los pactos que este grupo realice. Cuantos más individuos formen el colectivo y cuantos más pactos se realicen entre ellos, más poder se logrará para el mismo. “Tanto más poder de grupo, cuanto más cohesionado por pactos está un grupo”.

Espacios de poder. Tenernos aquí ya esbozado el esquema que nos permitirá hablar de los “espacios” que mencionábamos más arriba. En efecto, si el poder es del orden de las relaciones -y no del de la sustancia- y las relaciones se establecen o configuran a partir de los pactos que establece un colectivo, ¿cuáles son los colectivos que nos ocupan; cuáles sus relaciones o pactos; qué poder detentan cada uno de ellos?

Vamos por partes.

Para nuestra exposición nos interesan dos colectivos: el universo que configura el género masculino y el determinado por el género femenino.

 

Los Iguales. Dentro del genérico masculino Amorós dirá que todos los hombres son iguales, iguales en el sentido de pares, ya que “todo varón percibe a otro varón como a alguien que, si no puede, puede por lo menos poder”. Amorós quiere decir que a pesar de la injusticia distributiva que reina en el genérico masculino -no todos tienen obviamente el mismo poder- todo varón puede sin embargo, tener poder por el simple hecho de pertenecer al genérico que detenta el poder. Si actualmente no puede
─el esclavo por ejemplo─ sin embargo potencialmente podrá poder ─luego de una revolución que modifique las relaciones─ y así es visualizado corno par por el amo.

Desde este punto de vista es que Amorós dice que el genérico masculino es un espacio de iguales o de pares. Todo varón sabe que otro varón “se la puede jugar”, por la sola pertenencia al genérico, y por lo tanto pacta con él porque es un igual. Y esto es muy importante, porque sólo entre iguales se pacta. A cada uno de los integrantes del genérico se le atribuye una cuota de poder, poder que hay que distribuir entre cada uno de los individuos, que en un sentido aristotélico, Amorós los define como “categoría política y ontológica” que representa a cada uno de los que cae en la extensión del universo masculino y al que le pertenecen sus atributos. “El individuo es el par en un espacio de pares, como los nudos son nudos en redes”. Pero hay algo más: son iguales en la diferencia. Cada uno es sí mismo, diferenciado del otro, porque son iguales. Se diferencian precisamente por su pertenencia, es decir, por su igualdad o paridad en el colectivo. Poder, dirá entonces Amorós, es poder diferenciarse.

 

Las idénticas. ¿Qué pasa con el colectivo formado por el genérico femenino? Amorós dirá que éste define el espacio de las idénticas, es decir, de las indiscernibles. ¿Por qué? Porque las mujeres no tenemos la individualidad como categoría política ni corno categoría ontológica y por lo tanto en los miembros de este conjunto los atributos se distribuyen indiferenciadamente. “Todas somos ejemplificaciones irrelevantes de lo femenino, de la femineidad”. Este, por lo tanto, no es un espacio de pares, porque “no hay nada que parear”, porque no tenemos nada para distribuir sino que somos “el espacio de las equivalentes en la impotencia”. Por ello somos idénticas, porque somos intercambiables, porque no se nos atribuye ningún poder ni se espera ningún poder de nosotras.

Aún más, el poder que detentemos por la situación que podamos tener en la jerarquización social -adquirido por pertenencia familiar, profesión, etc.- es rebajado si se tiene en cuenta el referente del poder qua perteneciente al genérico femenino. Estamos por lo tanto en una situación de desequilibrio ya que podemos haber llegado a una determinada posición de privilegio y con ello obtenido cierto poder, pero quedaremos “siempre por debajo en cuanto género”, lo que nos lleva directamente al centro de la problemática ya que el poder que podamos obtener sólo será verdaderamente refrendado si es el colectivo el que lo detenta, tal como exponíamos más arriba.

Ejemplificado a través de la “influencia” que puede ejercer una mujer, Amorós nos mostrará cómo ésta representa la imposibilidad que el genérico tiene hasta ahora de detentar el poder, ya que la tan mentada influencia de las mujeres es un “bien” personal, es decir, no puede transitar como lo hace el poder entre los hombres. La influencia no es del colectivo femenino, sino de aquella mujer que la posee y por lo tanto “no refuerza en nada el poder del genérico”.

Si seguimos las líneas tiradas hasta aquí por Amorós, deberíamos concluir que el genérico femenino, para salir de la situación de indiferenciación, debería tratar de lograr la constitución de un espacio de pares a través de la obtención del poder que se construye a partir de la producción de pactos. Es cierto que, como ella misma lo reconoce, no es fácil saber “hasta qué punto es el poder el que constituye el espacio de pares o son los espacios de pares los que constituyen el poder”, pero en todo caso es obvio que los dos elementos son los que arman la trama actuante del poder a través de la formulación de los pactos y también es obvio que hasta aquí nosotras hemos sido las pactadas y no los sujetos del pacto.

Y sobre esto quisiéramos detenernos para hacer una serie de consideraciones que, posiblemente, nos lleven lejos de Amorós. ¿Por qué?

 

Subjetividad. Si tomamos el esquema precedente, queda claro que en la medida en que el genérico femenino quiera obtener poder, deberá constituirse -a la manera del varón­- en individuo pasible de formalizar pactos. Puesto de otro modo: tendrá que obtener esa “categoría ontológica y política” que le permita ir constituyendo las redes metaestables que formalizan el poder en acción.

Dejando de lado por ahora la discusión de si hay que cumplir o no con el mismo esquema realizado por el genérico masculino ─a la que volveremos al final de la exposición─ es cierto que si le damos una vuelta de tuerca más a esta formulación del “individuo”, estamos, en el caso del genérico femenino, ante la pregunta más inquietante y radical, que se podría formular así: si el colectivo para afianzarse debe formular pactos para la acumulación del poder, ¿quién es el Sujeto que firma ese pacto? Hasta ahora los que han pactado, como portadores del logos pueden explicitar ese pacto, pero las mujeres que no son las portadoras del logos, a las que se les ha negado esa función, ¿desde dónde podrían pactar? O lo que es lo mismo, ¿cómo se construye la intrincada red de relaciones que va entre el pacto y el poder y el poder y el pacto, desde un colectivo que a su vez debe constituirse como Sujeto?

 

Feminismo de la igualdad y de la diferencia. El pensamiento feminista ha dado varias respuestas a este cuestionamiento, a esta pregunta si se quiere fundante, aunque no en un sentido ontológico, ya que las respuestas posibles marcan las distintas alternativas de construcción del colectivo. La polémica más interesante en este sentido es la que se da entre dos corrientes que abrevan en fuentes filosóficas distintas: la que levanta las banderas del feminismo de la igualdad, que es tributaria del pensamiento de la Ilustración, y la que, por el contrario, sostiene la necesidad de hacer pie en las diferencias, y de la que podríamos decir que está influenciada por el pensamiento de la posmodernidad. Hagamos una breve introducción a cada una de estas posiciones para después discutirlas y tomar, nosotras también, posición en la polémica.

La primera sostendría que, si tal como se sostuvo a partir del cogito cartesiano, el bon sens es lo mejor repartido del mundo, y que en su formulación más alta se traduce como la igualdad de las estructuras racionales de todos los sujetos humanos a la manera de la razón kantiana, ¿cuál es la razón para no pelear desde esta universalidad que si bien postulada no ha sido verdaderamente asumida por la humanidad sino sólo por los hombres en nombre de la misma?

La segunda, desde un cuestionamiento a la universalidad, sostendría la necesidad de dejar aparecer el amplio campo de las diferencias que permitiera la formación de un nuevo sujeto colectivo a partir de su propia singularidad.

Todas las derivaciones que se saquen desde una u otra posición darán un programa operativo diferente por el que debería tomar el genérico de allí en más, ya que no será lo mismo lo que se piense del poder, por ejemplo y para tomar el caso que nos ocupa, a la hora de definir este nuevo Sujeto desde una u otra de las perspectivas enunciadas.

Y bien, ¿qué pensamos nosotras de esta problemática y desde dónde nos posicionamos para poder pensar “lo que vendrá”?

 

Cuestionamiento y perspectiva. En relación con el feminismo de la igualdad, pensamos que la defensa de la universalidad que conlleva la pelea por la igualdad, es una pelea que puede dar frutos muy amargos y que de hecho ya los ha dado. Y son amargos porque las mismas mujeres se han visto atrapadas en el juego de la universalidad ─denominada así por los hombres─ creyendo que universalidad es esto que lograron los hombres para sí, y que tras ello ─y ellos─ hay que correr. Mujeres que han desgastado sus energías por el genérico se debaten en la gran estructura armada a partir de un logos hegemónico que no ha permitido otra forma más que la que él se ha dado y ha denominado a esto “Universalidad”. Mujeres que no se han dado cuenta de que la red tendida en este sentido es tan amplia que ni siquiera permite el cuestionamiento de la categoría de Universal. Que no se han dado cuenta de que esa Razón portadora de la verdad aparece articulada a partir de conceptualizar, categorizar lo humano en sentido genérico y universal, en virtud de un paradigma estrictamente masculino, hipostasiado a universal.

No en vano ─y por eso hablo de frutos amargos─ uno ve a las mujeres que han adoptado este paradigma tratando de repetir, desde lo femenino, el modelo patriarcal. Son aquéllas que los hombres llaman “machistas”. Probablemente con verdad. Lo son en el sentido más radical de la falta de reconocimiento de la trampa por la cual se creó la categoría de lo Universal. Y el gran riesgo que se corre al actuar desde aquí es que se puede llegar a cometer los mismos y fatales errores de la falta de reconocimiento del Otro, creando una nueva Universalidad en la que ahora seamos nosotras las que “ejerzamos el poder”, en el sentido más obsceno de esa palabra. Creo que esto sería imperdonable, viniendo sobre todo de aquellas que hemos soportado y seguimos soportando aún hoy, en el cuerpo, la falta de reconocimiento de nuestra propia humanidad.

Pareciera que con todos estos argumentos, deberíamos ser defensoras a ultranza del feminismo de la diferencia. Pero no es así, por lo menos no, de su forma más radical. Porque esta forma, en la que se “esencializa”, se “substancializa” el “ser femenino” nos parece también tributaria de la Universalidad ya que si hablamos de un “ser femenino” sólo lo podemos hacer desde esa Universalidad que ha definido ─ideología patriarcal mediante─ los atributos que componen “lo femenino”.[14]

Pero sí hay un aspecto en el que estaremos de acuerdo con esta corriente de la diferencia, aunque no sea estrictamente propuesto por ella, y es el que nos interesa destacar como aporte a la misma.

Creemos en la diferencia. Pero en la diferencia de lo que viene siendo la experiencia de las mujeres y la experiencia de los hombres, a raíz, sin duda, de la reconstrucción cultural del género. Creernos en las prácticas diferentes que hacemos unas y otros en virtud de los diferentes roles que venimos jugando en la trama histórica que todos hemos tejido. Por tanto, sin esencializarlas, creemos que no tenernos otra opción más que partir de ellas para poder decir nuestra palabra. Y si desde ella reflexionamos, es claro que empezaremos a describir el mundo ─como ya lo venirnos haciendo desde las distintas disciplinas─ estableciendo una perspectiva diferente que, cuestionando por su sola existencia la universalidad patriarcal, pueda hacerse cargo de su especificidad, en el sentido de liberarla.

No creemos que las mujeres “seamos lo Otro”, sino porque hemos sido puestas en ese lugar por lo Mismo, es decir, el logos patriarcal-especular. Pero sólo podremos salir de ese lugar si logramos considerar nuestra praxis desde una posición de Sujeto. Un Sujeto que sólo puede construirse a partir del reconocimiento de su particularidad hasta que podamos desmontar la trampa lógica de lo Mismo y reconocer las dimensiones de hombres y mujeres unidos por una experiencia común de instalación en el mundo.

Por ahora, no tenemos otra alternativa más que legitimar lo Otro a ultranza. Gramsci decía que ningún movimiento de liberación nace sin un momento de escisión y de negación. Sólo después puede proyectar fuera de sí, en la sociedad, una afirmación de sí ya no frágil, ya no reductible.

Puesto en términos de nuestra problemática: hasta que no barramos con la asimetría, la defensa del “nosotras” debe mantenerse en la asunción de esa perspectiva que nos permite hacer una lectura diferente del mundo. Cuando el “nosotras” sea un Sujeto, recién allí podremos comenzar el nuevo vínculo que nos permita hacer la historia en paridad.

 

Final y nuevo principio. Retomando el tema inicial, creo que podemos concluir diciendo que, tal como lo pedía Amorós, el genérico femenino está comenzando a construir un colectivo mediante pactos que se van realizando cotidianamente. Nos atribuimos ya “legalidad perceptiva”; podemos enunciar nuestras necesidades en un “lenguaje de derechos” para sólo nombrar algunos. Pero sobre todo, venimos construyendo, desde esta mirada diferente, el pacto más importante: hemos destruido la universalidad patriarcal mostrando que la historia puede contarse de otra manera y que esta perspectiva diferente nos pertenece en el sentido fuerte de constituirnos como Sujeto.

Sin embargo, todavía estamos en el camino de esta constitución y aquí es donde decíamos al principio de esta charla que podíamos separarnos de Amorós. Ella aboga por la igualdad y por ende, por la necesidad de construir una práctica del poder, que nos permita crear para nosotras aquello que los hombres ya consiguieron. Nosotras creemos que la perspectiva particular de las mujeres constituirá un Sujeto que no necesariamente deberá repetir las prácticas patriarcales y por lo tanto sería aventurado decir si el poder del genérico -tema que nos ocupaba y preocupaba- se construirá respetando aquellas redes del poder conformado por los pactos.

En todo caso, tenemos derecho a plantearnos de qué clase de pactos se tratará esta vez, ya que no debemos olvidar que la palabra “pacto” proveniente del verbo latino paco, quiere decir: domar, someter, reducir, vencer... y también: pacificar, negociar, calmar, reconciliar, si la tomamos desde del derivado de paco que es “pacífico”. ¿Nos animaremos como genérico a construirnos desde una alternativa que “negocie” y “reconcilie” las necesidades de los distintos colectivos, sin tratar de “vencer” ni “someter” en vistas de la situación crítica a la que nos ha llevado esa postura? Los ejemplos dados no desvirtúan esta última posición.

Creemos que la constitución del genérico corno Sujeto producirá un cambio tan fundamental en las prácticas de unas y otros que -para no hablar solamente de los días venideros y ampliar el horizonte de este presente y largo proceso- preferimos no aventurar en definiciones sobre el poder. Simplemente esperamos que ese futuro nos encuentre unidas/os en un trabajo común donde las acciones producidas muestren que el despliegue de cada una de las particularidades es posible.

Cecilia Lipszyc*

 

Ante todo, desearía hacer una aclaración: no podría hablar de cómo las mujeres usamos el poder porque no lo tenemos. Lo que el movimiento feminista mundial logró visibilizar fue la necesidad de elaborar estrategias políticas y sociales para cambiar la situación social de las mujeres; para adquirir mediante la concientización, acción y organización, poder social y político para revertir la situación de subordinación. Pero aún estamos lejos de tener poder. Lo que sí hemos estado construyendo es una contra-cultura y formas organizativas tendientes a visibilizar en lo político nuestra problemática común de subordinación y opresión tendientes a lograr ser parte de un bloque alternativo de poder.

Aquí debemos dejar salvada una cuestión que yo creo fundamental.

Así como no podemos hablar de las mujeres en general, como un sujeto colectivo idéntico, tampoco podemos hablar del feminismo como un todo. Son bien conocidas ya las tres corrientes fundamentales dentro del mismo: la liberal-reformista, la radical y la socialista; todas con diferentes enfoques en los supuestos teóricos y por ende de las prácticas sociales y políticas.

Hecha esta pequeña introducción, me voy a referir al poder político y cómo las mujeres podemos reproducir o transformar el sistema de poder.

Muy suscintamente podemos identificar dos grandes enfoques básicos en el estudio del poder político:

1)   el enfoque subjetivista que trata fundamentalmente de localizar el sujeto del poder. (Uno, varios, grupos de familias, elites, etc.). Tiene sus raíces en la teoría política liberal. Básicamente estudia si las manifestaciones contemporáneas de las democracias (sobre todo en USA) se corresponden o no con normas ideales.

2)   el enfoque materialista histórico. Su punto de partida no es el punto de vista del actor sino los procesos sociales de reproducción y transformación de una formación social específica.

La pregunta fundamental que intenta responder es ¿cuál es el carácter del poder y cómo se ejerce? Este enfoque busca investigar la naturaleza del poder y no su sujeto o cantidad.

De allí la importancia para este enfoque de la relación entre las clases sociales y el Estado. El Estado, desde esta concepción, es una institución material que funciona como punto nodal de las relaciones de poder existente dentro de la sociedad.

Es una institución en la que se concentra y ejerce el poder social. Estado y clases sociales se condicionan mutuamente, por ello, por definición, todo Estado tiene un carácter de clase, y toda sociedad de clases tiene una clase dominante o bloque de clases dominantes.

El objetivo de análisis en este enfoque intenta descubrir las estructuras y relaciones sociales que promueven y protegen la fuerza material del Estado y determinar las condiciones bajo las cuales pueden ser cambiadas o abolidas. Es decir, entramos en el tema de la dominación de clase y cómo puede ser abolida o cambiada. El tema fundamental para esta corriente es la pregunta ¿cómo dominan las clases dominantes?

Desde esta perspectiva el poder es la factibilidad que posee una clase o bloque de clases dominantes para imponer (mediante múltiples mecanismos económicos, ideológicos, culturales, etc.) sus intereses y presentarlos ante la sociedad global como los intereses generales de esa sociedad, ya sea en nombre del bien común o de la Nación.

Yo no voy a entrar en la polémica riquísima entre ambas corrientes. De más está decir que en nuestros países la cultura política hegemónica en los análisis de poder es la que responde a la orientación subjetivista, a pesar de la crudeza con que se presenta la dominación de las clases dominantes en el escenario político local: el golpe del '76; la caída de Alfonsín, y las privatizaciones del proyecto neoliberal en el gobierno de Menem.

Desde la perspectiva del materialismo histórico, teoría que sustenta al feminismo socialista, la pregunta fundamental es: ¿cómo la situación social de las mujeres reproduce o transforma las bases de la dominación de la sociedad capitalista?; es decir, cuáles son las relaciones sociales y las estructuras que reproducen o coadyuvan a reproducir la formación social capitalista y cuáles son los caminos para su transformación.

Para ello debemos abarcar muchas áreas, pero en función del tiempo explicitaré muy someramente sólo dos. Ustedes me disculparán lo esquemático de la síntesis:

1)      las relaciones sociales entre patriarcado y capitalismo

2)      el sistema político en la sociedad burguesa.

El estudio de las relaciones entre el patriarcado y el capitalismo nos contesta la pregunta de cómo la situación social de las mujeres reproduce las condiciones que permiten la dominación global de las clases dominantes, es decir, del sistema de poder en nuestras sociedades.

Como decían Engels y Lourdes Benería

El orden social en que viven los hombres en una época histórica y un país determinado, está condicionado por estas dos especies de producción: por el grado de desarrollo del trabajo de una parte y de la familia de la otra.

Engels. “Prefacio” de El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, 1884.

Para poder entender plenamente problemas tales como la naturaleza de la discriminación sexual, el salario femenino... y las implicancias para la acción politica, es necesario examinar las áreas de la producción y reproducción así como la interacción que se da entre las dos”.

Lourdes Benería. “Acumulación, reproducción y el papel de la mujer en el desarrollo económico”, 1982

 

Es decir, las relaciones entre lo que comúnmente llamamos público y privado.

Capitalismo y relaciones patriarcales se refuerzan mutuamente. Porque el capitalismo hizo suyos los valores ideológicos dominantes patriarcales: 1) para la exclusión de la mujer del trabajo asalariado, lo cual, al incrementar el ejército industrial de reserva permitió mantener deprimidos los salarios; 2) No otorgando valor monetario a la tarea de la reproducción de la fuerza de trabajo, con lo cual incrementa la masa general de plusvalía de las clases dominantes. Por ello creemos plenamente que las relaciones sociales de producción son también portadoras de relaciones de género.

El capitalismo no sólo no eliminó la opresión de la mujer. Creemos incluso que la reforzó. El status ocupacional “ama de casa” lo crea el capitalismo al romper el modo de producción de la economía campesina donde la mujer era productora directa (sin caer en la idealización mítica que esto generalmente conlleva).

El capitalismo reorganiza lo privado, es decir, la familia, y ésta surge como institución mucho más especializada. La única función económica que perdura en la familia nuclear burguesa es la de la reproducción de la fuerza de trabajo. Esta tarea se realiza en una institución donde priman relaciones de producción doméstica, de dependencia personal y no contractual y que no tiene el status jurídico económico de una empresa capitalista. Tiene una característica: “Escapan a las normas de producción capitalista aun cuando son producidas en la órbita y bajo la dominación capitalista.” (Meillassoux C. 1979:28).

La familia no es sólo el lugar donde se produce y reproduce la fuerza de trabajo sino -y esto es tan importante corno lo anterior- es el lugar donde se producen y reproducen los sujetos sociales con las características necesarias a la formación social capitalista.

Quizá sea esta función y no sólo la económica, la que ha hecho que la familia burguesa, con muertes anunciadas reiteradas, aún goce de buena salud -claro que con algunos cambios-. De allí la importancia permanente que el Estado, la iglesia y los partidos políticos ─anche algunas corrientes psicológicas─ otorguen a la familia como célula originaria, básica de la sociedad.

Si buscamos respuesta a la pregunta de por qué se mantuvo la jerárquica división sexual del trabajo y el trabajo doméstico no remunerado de la mujer a lo largo del capitalismo retrasando o desvirtuando la tesis sustentada por F. Engels y el marxismo en general no la encontraremos sólo a nivel económico, pues el capitalismo debería ya haber mercantilizado todas las actividades humanas. Si no lo ha hecho es porque la familia, como el lugar de lo privado, cumple un rol absolutamente prioritario en la socialización de los sujetos sociales: es el primer disciplinador social. Esto se realiza por diferentes mecanismos de los cuales destacamos dos:

a)    La familia es el primer agente socializador. Como tal es el primer espacio donde se articula lo individual con lo social general a través de la internalización de representaciones, roles y pautas construidas por el conjunto social.

b)   La familia es el primer transmisor de la jerarquías sociales, de la autoridad y de la desigualdad.

Vimos así muy someramente cómo los roles socialmente asignados a la mujer en el capitalismo se relacionan con el capital en forma indirecta, aumentando la masa general de plusvalía, pero además mantiene una relación directa con la reproducción social, es decir con la estructura subyacente en el sistema de poder.

Entramos ahora en el sistema político de la sociedad burguesa, ya sea industrial o posindustrial. Es decir, veamos en este plano las condiciones y posibilidades de reproducción y de transformación de la sociedad, es decir de las relaciones sociales que abastecen el sistema de poder.

El poder político está considerado así como una condensación de la totalidad de las relaciones sociales de poder ─fundamentalmente de clase─ y el Estado como la institución en la que aquél cristaliza.

La burguesía construyó el sistema de partidos políticos como el canal legal y legitimador del poder político.

Los partidos políticos son los legitimadores del poder, pero también pueden ser los transformadores del poder. Así se constituyeron en los más poderosos vertebradores de las demandas sociales o sectoriales de la sociedad, a condición de que una vez en el ejercicio del poder estas demandas sociales fueran satisfechas.

¿Qué ha pasado con el sistema de partidos políticos? Varios hechos, pero yo quiero recalcar uno solo. Con la fenomenal crisis del capitalismo de la década del '70 comienza una feroz reconversión del mismo, que se tradujo en los modelos neoliberales con la concepción hegemónica de la necesariedad de las políticas de ajuste estructural. Estos modelos e basan en una exclusión creciente de cada vez mayores capas de la población. Al contrario de los modelos keynesianos de posguerra que se basaban en la incorporación creciente al mercado de la población en su conjunto.

Esto dio como resultado en el sistema de partidos políticos a lo que se llama crisis de representatividad o crisis de legitimidad de los mismos. Los partidos políticos al no poder responder a las demandas sociales, forzosamente pierden la relación con las bases partidarias y convierten a las mismas sólo en votantes.

Los partidos políticos se burocratizan y se convierten en organizaciones fuertemente antidemocráticas, claro que no en su discurso explicito sino en sus prácticas reales, y como legitiman modelos económicos que no pueden basarse en el consenso, aparece fuertemente la corrupción corno metodología de cooptación que explica en parte, la marginación política de amplios sectores de la población en las sociedades capitalistas contemporáneas.

Al exterior del sistema de partidos políticos, surgen grandes movimientos sociales (habría que decir que resurgen porque los movimientos sociales son anteriores a los partidos políticos) en Europa y en EE.UU. y también en América latina, (aquí más relacionados con la pobreza). De éstos los más importantes, sin lugar a dudas, fueron el estudiantil en los finales del ‘60 (el Mayo Francés), el feminismo de la segunda ola, el pacifismo y el medioambientalismo, que intentan quebrar, transformar el sistema de poder imperante con diferentes niveles de éxito, pero todos lograron altísimos niveles de visibilidad política y social.

Ahora bien, dije que el estudio del poder implica dos niveles: 1) el de la reproducción y 2) el estudio de las posibilidades de transformación de esa estructura de poder.

Veamos entonces ahora las posibilidades de transformación.

Para ello se cebe contar con:

1)       formulaciones teóricas o una ideología general que interprete a las mujeres. El poder de la ideología no es solamente para consolidar los sistemas de poder; también pueden ser la causa de su hundimiento.

2)      traducir esa formulación teórica en prácticas políticas y en consecuencia en la construcción de organizaciones que lleven a cabo esas prácticas políticas;

3)      la construcción de una nueva subjetividad.

Respecto al primer tema sobre las formulaciones teóricas y de una ideología que interpele en primera instancia a las mujeres o al menos a la mayoría de ellas: debemos aclarar que cuando nos referimos al término interpelar queremos significar (siguiendo a Althusser y Therborn) que la ideología no es recibida corno algo externo a la persona interpelada.

En líneas generales podemos decir que existe un cuerpo ideológico que da cuenta de la opresión de las mujeres (en sus distintas vertientes). Creo que lo que aún falta es la visualización en el conjunto social de la legitimidad de nuestra postura.

Aun partiendo del supuesto de que los cambios ideológicos son lentos, en este tema estamos en deuda.

Respecto del punto 2, referido a las prácticas y organizaciones para la construcción de un bloque alternativo de poder, las organizaciones de mujeres en nuestro país que a mí me interesa destacar aquí son:

  • Organizaciones feministas.
  • Movimiento social de mujeres.
  • Mujeres de partidos políticos.

Esta división la he hecho para fines analíticos. Pienso que los feminismos y las mujeres de partidos políticos son parte del movimiento social de mujeres, pero si bien éste contiene a todas, tiene características diferenciales por el peso específico de las mujeres de sectores populares en el mismo.

Las que apostamos al movimiento, partimos del supuesto de que la variable de género no es la variable unívoca omniexplicativa de la situación social de las mujeres. Creemos que las relaciones sociales de producción son también portadoras de relaciones de género; por ello tratarnos de articular en la praxis política, clase y género; en el convencimiento de que la abolición de las jerarquías, ya sean sexuales corno económicas, políticas y sociales, es sólo posible en sociedades diferentes. Aunque suene un poco trasnochado hoy en nuestro país (no así en Brasil) aquel “no hay socialismo sin feminismo” sigue siendo nuestra utopía.

La pregunta fundamental es cómo legitimar las demandas sectoriales ante el conjunto social. Un buen ejemplo ha sido la correcta estrategia llevada a cabo por las mujeres de diferentes países, pero que en el nuestro tuvo una característica que fue esencial para ganar la partida: una concepción unitaria y una correcta política de alianzas, que no fue fruto del azar sino de una correcta lectura de la correlación de fuerzas. Al fin y al cabo, el accionar político se basa en la correlación de fuerzas.

No fue casual que en el contexto de general debilidad del sistema político, las mujeres de muchos países hayan elaborado correctas estrategias para ganar en el tema de la representación del sector: las social-demócratas alemanas, del PSOE, el PCI y en nuestro país mediante la ley de cupos.

Lo que se trata de conseguir no es poco. Por un lado se intenta profundizar la democracia global, al tratar de garantizar la representación de más de la mitad de la población. Por otro lado, abre el camino para la imprescindible democratización interna de los partidos políticos, que es uno de los requisitos esenciales para salir de la crisis actual.

Nosotras estarnos esperanzadas en que si muchas mujeres, no tres o cuatro, llegan a lugares de decisión en la política, lograremos modificaciones en los modos perversos de las prácticas características actuales, y no porque somos mejores sino porque las mujeres tenernos una inserción social diferencial y en lo político estamos al costado de los mecanismos clientelísticos de los partidos políticos y tenderemos a dar respuesta desde la política, a las demandas sociales porque estaremos presionadas por el movimiento. Claro que eso dependerá del peso que logre adquirir el movmiento social de mujeres, para impedir la cooptación y vigorizar su independencia del sistema político vigente. Pero si el movimiento no es importante tampoco habrá muchas mujeres con conciencia de género representantes.

Por último quiero referirme a la cuestión de la construcción de una nueva subjetividad que creo imprescindible que el movimiento de mujeres resuelva. Estoy convencida de que si las mujeres no tornan conciencia de este problema, será casi imposible la construcción de un bloque alternativas de poder.

La reproducción de cualquier organización social implica una correspondencia básica entre sometimiento y cualificación (en términos de Therborn) . Los que han sido sometidos a una particular modelación de sus capacidades, a una disciplina concreta, quedan cualificados para determinados papeles, y son capaces de llevarlos a cabo. Obviamente, la construcción social del sistema sexo-género entra dentro de esta definición.

El cambio de la subjetividad es posible; sin la aceptación de este supuesto no tiene sentido ningún planteo. Los seres humanos son el blanco de interpelaciones ideológicas en conflicto o en competencia, pero el receptor no es necesariamente coherente en sus recepciones, en sus acciones de respuesta y en sus interpelaciones. La estructura psíquica que subyace a nuestras subjetividades no es monolítica sino que se parece más a un campo de fuerzas en conflicto. Y aún más importante que esto es el hecho de que la formación o re-forma ideológica de las subjetividades es un proceso social.

Si las mujeres no logramos romper la ideología autoritaria competitiva, cupular, antidemocrática de nuestra sociedad y de nuestros partidos políticos, y lograr una metodología de reemplazo basada en la solidaridad y el respeto a las diferencias, sólo conseguiremos que algunas personas del sexo femenino estén en los lugares de decisión, pero sólo para repetir especularmente y al infinito los mecanismos y dispositivos sociales que sólo abonan a la reproducción de un orden social injusto y antidemocrático. Sólo serán una fachada más moderna para los mismos fines. Y perderemos así la posibilidad de la legitimación social de nuestras demandas. Debemos lograr romper el círculo perverso de la ideología del dominado que internaliza las prácticas y modelos del dominador. El problema es cómo lograrlo. Algunas prácticas se realizan, pero son aún totalmente insuficientes.

 

Conclusiones

He intentado en este breve espacio enfocar el poder en su sentido más macro, porque yo creo que como el poder y su recambio en esta así llamada década perdida se ha vuelto tan distante, tan lejano e inmutable para a la gente, que algunos cientistas sociales han perdido su capacidad de intelectual crítico que yo creo que es su rol fundamental y han entrado en los mecanismos de cooptación, en la resignación, en la adaptación o lo que es aún peor en el sentido de la inevitabilidad de los acontecimientos socio-políticos.

Fue también mi intención esbozar puntos de análisis para abrir el pensamiento tan común en nuestro país que el poder está en los micropoderes, llámense partido, o gabinetes o cúpulas o familia, etc.

Creo que las feministas tenernos un rol importante en desocultar, en des-invisibilizar la historia de las luchas por el poder, de las condiciones reales de su ejercicio y de su sostenimiento. Porque nosotras hemos hecho ya grandes aportes teóricos sobre la ideología que responde a la relación de sometimiento.

Hoy más que nunca, cuando el horizonte del poder se nos ha alejado dramáticamente una vez más.



*           Abogada especialista en Derecho de Familia, vicepresidente de Zonta (Argentina). Miembro Fundadora de la Fundación para el estudio e investigación de la mujer (F.E.I.M.)

 

[1]           Citado por Chabaud, Jacqueline: Educación y promoción de la mujer, Ed. de la Unesco, p. 180.

 

*              Socióloga.

[2]              GEST. El presente trabajo es una versión abreviada de la efectuada como investigación. Poder y Familia hacia la transformación de los modelos de género y la democratización de las familias de Graciela Di Marco.

[3]              TOUZARD, H., La mediación y la solución de los conflictos, Barcelona, Herder, 1980, p. 30.

[4]              Por ejemplo, en un grupo donde hay católicas y no católicas hay un acuerdo para no dejar cabida a la injerencia del párroco del vecindario. En cambio, en otro barrio, con fuerte presencia de la iglesia católica, una cooperativa de vivienda fue organizada a partir de la iniciativa del sacerdote del lugar, junto con otros vecinos.

[5]              Como la de Gilligan.

 

[6]              Cf. DI MARCO, G., COLOMBO, G., “Las mujeres en un enfoque alternativo de prevención”, Revista Iberoamericana de autogestión y acción comunal, Madrid, INAUCO, 1990.

[7]              Cf. LAMPHERE, L., “Strategies and conflict among women in domestic groups” en Women, Culture and Society, edited by Mitchelle Zimbalist Ronsaldo and Louise Lamphere, Stanford, Stanford University Press, 1974.

 

[8]              Cf. HELLER, A., Sociología de la vida cotidiana, Barcelona, Península, 1977.

[9]              SCHMULKER, B., Las estrategias de negociación de las mujeres de sectores populares de la Argentina, Buenos Aires, Flacso, 1989.

[10]             MOLYNEUX, M., “Mobilization without Emancipation? Women’s Interest State and Revolution” in Transition and Development Problems of Third World Socialism, R. Fragen, C. D. Deere and J. L. Coraggio, eds., New York, Monthly Review Press 1985.

[11]             SAFA, H., Towards a Theory of Women Collective Action in Latin America, 1989, mimeo.

[12]             YOUNG, I. M., “The Ideas of Community and the Politics of Difference” en Social Theory and Practice, vol. 12, N° 1, Spring, 1986.

[13]             Amorós Puente, Celia, Actas del Seminario Mujer y poder, Madrid, 1985.

[14]         No es necesario volver a repetir acá la ya tan desarrollada diferencia entre sexo y género que todas conocemos, pero que habría que tener muy en cuenta hora de cualquier definición sobre el genérico, para no caer nosotras también en la falta de claridad sobre la determinación biológica y las determinaciones culturales que son los dos órdenes a los que cada una de ellas pertenece.

 

*           Socióloga. Especialista en Estudios de la Mujer. Política feminista.

 

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