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Género y poder

Graciela Hierro*

 

“Los hombres nos dicen cómo es el mundo, las mujeres lo que es”

Coes Noteboom. Rituales, Barcelona, 1987.

 

Una de las mayores fuerzas del pensamiento feminista es que ha surgido del análisis de las vidas de las mujeres y de nuestra propia comprensión de la existencia. El auténtico sentido de la mujer de haber sido oprimida en la educación, en el lugar de trabajo, en el hogar, en la recámara y en la Cámara nos ha conducido a la comprensión del lugar de las mujeres en la sociedad y de lo que debe hacerse para cambiar este estado de cosas.

En este trabajo me referiré brevemente a la causa de la opresión femenina que sucedió alrededor de 3000 años atrás. Se inicia cuando surgió el control de un grupo de hombres sobre el resto de los hombres, y el total de las mujeres. Hablo del orden social llamado: Patriarcado que constituye el poder del padre, del patrón y del padre eterno, que sustituyó a las organizaciones sociales de poder compartido entre hombres y mujeres. Deseo comentar también los esfuerzos actuales que han inventado las mujeres para trastocar este sistema. Esta historia se apoya y legitima en una moralidad concreta, la moralidad del patriarcado que se sostiene con base en una jerarquía de valores fijos que regulan, distribuyen, heredan y transmiten el poder o dominio de este grupo sobre los otros. Lo cual trae como resultado que el símbolo de lo humano -con mayúscula- sea precisamente la posesión del poder, entendido como la capacidad de control. El fin final que se persigue con este sistema político es el control total de estos cuantos, sobre todo y en todo. Es decir, la utopía del poder, es el totalitarismo del control mundial sancionado por la guerra atómica. Para supe­rar este estado de cosas se ofrece una moralidad opuesta, con pretensión diferente y que también con­lleva su propia utopía. La moralidad alternativa está basada en los valores que tradicionalmente se han considerado femeninos y cuya finalidad última es lo opuesto al poder, se trata del placer. Esta uto­pía está construida alrededor de una organización social no jerárquica ni de dominio, sino de autori­dad compartida, independientemente del género, como condición necesaria para trastocar el poder y alcan­zar el placer.[1]

Este trabajo se inicia con la discusión del género, luego hablaré del poder, para comentar finalmente la teoría alternativa a la filosofía del patriarcado, que es la filosofía feminista; todo lo cual culmina con la visión utópica de un mundo más placentero.

Esta investigación se basa en lecturas de autoras y autores que han introducido la metodología revolu­cionaria. Se trata de los estudios de mujeres que tejen evidencias a partir del arte, la arqueología, la religión, la ciencia social, la filosofía y mu­chos otros recursos más, que se toman desde la pers­pectiva feminista. Es decir, tomando en cuenta lo que hacen y cómo lo hacen las mujeres; lo que dicen y cómo lo dicen las mujeres; en suma los intereses femeninos.

El Género

El mundo actual casi universalmente valoriza más a los hombres que a las mujeres; tanto las costum­bres como las instituciones sociales y políticas, subordinan a las mujeres a los hombres.[2] Esto no significa, por otra parte, que las mujeres dejen de tener importancia en un mundo donde procrean, cuidan a los infantes y trabajan. Porque pocas son las mu­jeres que no lo hacen en todas partes del mundo. Las mujeres que no trabajan son sólo un pequeñísimo gru­po dentro de una clase social. Sin embargo, a partir de la creación del poder patriarcal que viene a do­minar la vida política y económica, los hombres en todo el mundo evolucionan a jugar un papel central y de este mundo están excluidas las mujeres. Esto que hemos esquematizado, es la causa de que las mujeres sean dependientes de los hombres. Si pensamos en las consideraciones anteriores vemos que se han dado dos modos básicos de estructuración en las relacio­nes entre hombres y mujeres. Todas las sociedades se estructuran, sea en el patrón de la dominancia, en el cual las jerarquías humanas están sostenidas por la fuerza o amenaza de la fuerza; o el modelo de la participación de los dos géneros, con base en el consenso mutuo, con variaciones intermedias. Lo anterior se hace evidente aún en la actualidad, al reexaminar la sociedad humana desde una perspectiva que tome en cuenta a ambos, hombres y mujeres. Vemos que hay patrones o sistemas que se caracterizan actualmente por el modelo del dominio y otros por el de la organización social participativa. La Alemania de Hitler, el Irán de Joimenie, el Japón de los Samurais son sociedades rígidamente patriarcales. Existen otras sociedades con mayor nivel de partici­pación femenina: Suecia y Holanda, por ejemplo. Deseamos ilustrar la idea de que no son los hombres o el sexo, lo que configura a la estructura social, sino la consideración del poder: jerárquico o participativo. Vemos en este sentido, que las organiza­ciones sociales actualmente trascienden las polari­dades convencionales. Tal como es el caso con la izquierda y la derecha, el capitalismo y el socialismo.[3]

Lo femenino y lo masculino se comprende por polaridades naturales: la experiencia femenina está necesariamente ligada a la naturaleza y a lo inmanente por la procreación y los ciclos vitales; la experiencia masculina es paradigma de control y trascendencia. Dar vida es la función de las mujeres, regular la vida la de los hombres, todo lo cual constituye los polos de la significación de los géneros.

Los cultos reflejan esta polaridad. Las diosas son telúricas y el dios que en el occidente las margina es trascendente, no está sujeto a su creación: sólo la controla sin participar en ella. El patriarcado significó una nueva estructura que no fue solamente una modificación de la cultura matricéntrica, sino el reverso, el envés de la trama, de los arreglos sociales y de su moralidad, al enfatizar el control masculino sobre la naturaleza y las mujeres. Por ello se requirió que los hombres, primero unos cuantos y luego todos se sintieran superiores a las mujeres e impusieran su fuerza, para ser en verdad considerados hombres por sus iguales: los otros hombres. Así, lo humano se constituyó en la fuerza y el control sobre la naturaleza. Fue la sustitución de un símbolo, el cáliz como principio de origen, naci­miento, participación y unión, por la espada símbolo de la fuerza y la jerarquía. Eisler fundamenta esta explicación en la aparición de las tumbas europeas de los guerreros. El poder de quitar más que el de dar vida se establece y fuerza la dominación.[4]

Sobre la diferencia del sexo se construyeron histórica y socialmente los géneros. A partir de entonces distinguir los géneros significa jerarquizarlos; la desigualdad de hombre/mujer no es producto de la diferencia biológica, psicológica, social y política. El género es en verdad un sistema de jerarquía social, es una desigualdad de poder impuesta sobre el sexo-género. Constituye la sexualización del poder.

 

 

El Poder

“Por tu confianza en dios, sin duda ella te ayudará”

Sylvia Pankhurat.

 

Debe hacerse notar antes de referirse al poder patriarcal que el principal obstáculo para llegar a comprenderlo es la intensidad del deseo de poseerlo. En la mayoría de la gente este deseo nace no tanto de un positivo amor por el poder, sino del temor de que sin él estarán inseguros o serán impotentes.[5]

Hablar de patriarcado es referirse al poder. Al control sobre la naturaleza, otros hombres y todas las mujeres. Es hablar de la fuerza que suscita reverencia y admiración. Lo cual se traduce en estar dispuesto a sacrificar todo lo demás con tal de poseer el poder. Porque si alguien que reverencia el poder decide extenderlo, el recurso que tiene es someterse al poder o crear uno más fuerte que se le oponga. Esta es la moralidad del patriarcado.[6]

La superioridad masculina sobre el mundo femenino se alza del hecho de controlar a todas las mujeres porque el control de un grupo sobre otros es precisamente lo que hace a los primeros superiores a los controlados. El poder se entiende en este contexto como dominación. El resultado del control es la estratificación de: hombres sobre mujeres; una clase sobre otra; una etnia sobre otra. Y por ello se concluye en la moral no patriarcal: “Todo poder es moralmente malo”.[7]

Dado que el poder puede ser ejercido sin amenazas y sin recurrir a la fuerza, puede distinguirse entre poder e influencia. Se entiende por poder      el producir las conse-cuencias deseadas en la conducta o creencias de otro. Cuando en la persona que produce estos efectos existe el propósito de ejercer una ascendencia personal, entonces se habla de autoridad. Es por ello que el motivo que guía la conducta al ejercer el poder o la influencia es de la mayor importancia para el juicio moral de la relación interpersonal. Es posible que la víctima haya llegado desde tiempo atrás a aceptar su posición y a considerarla como algo natural.

Para convencer a las mujeres de su sometimiento y de su inferioridad “natural”, los hombres utilizaron dos recursos básicos para consolidar su poder: el primero es la división de las mujeres y el segundo la ruptura del vínculo de fusión entre la madre y los hijos e hijas. Hablemos, primero de la separación de las mujeres unas de las otras y luego, la ruptura de la fusión madre, hija e hijo.

Las mujeres como ya sabemos hacían y hacen todos los trabajos, de producción y elaboración de comida, tejidos y cuidado doméstico, elaboraban los utensilios, cuidaban y educaban a los hijos. Vivían matrilocalmente. El patriarcado rompe la unión matrilocal y se inicia la patrilocalidad. Y es a juicio de las investigadoras feministas precisamente la derrota de las mujeres de la que nos habla Engels, constituida por la separación de las mujeres. Separación de la que aún ahora no nos reponemos.

También la fragmentación de las mujeres las hace inexistentes por ser las encargadas precisamente del trabajo doméstico “invisible”, como el de las hadas. Así, se levanta el rasgo que separa y anula a las mujeres: la invisibilidad de lo que hacemos y de cómo lo hacemos. El patriarcado trata a las mujeres como si no existieran: como los sirvientes bien entrenados, que sólo sirven sin hacerse presentes, o los actores del teatro japonés disfrazados de sombras, que sostienen el escenario del que no forman parte. Recientemente en la revista Time, las esposas de los personajes de la política escriben un artículo titulado: “I'm nobody who are you?”. Al referirse a su ser “invisible” en las reuniones y recepciones oficiales en donde nadie les pregunta quiénes son o a qué se dedican.

Obviamente la maternidad fue la causa del sometimiento de las mujeres. El patriarcado surge del deseo de los hombres por controlar la naturaleza, asegurar la paternidad e imponer una forma nueva de organización socio-política. El patriarcado arrebató la centralidad de la relación madre-hija-hijo y reformuló la relación que sobrevive en el pensamiento actual, como una “cruz” psicológica que todos tenemos que cargar, por el hecho de haber sido todos cuidados sólo por mujeres.

Varias autoras señalan la forma en que se ha ido superando este estado de cosas cuando hombres y mujeres cuidaban juntos a los infantes y a los niños, así se da la ventaja para todos: para las mujeres mayor tiempo para sí mismas, para los hombres el aprendizaje de la ternura que les fue arrebatado al imponerse un modelo rígido de género-poder. Finalmente a niños y niñas la posibilidad de abrirse al mundo con dos figuras de identificación; y para las mujeres la identificación -no sólo- con una figura de madre devaluada.

Porque uno de los problemas más serios de las mujeres para controlar la jerarquía del poder y lograr la igualdad, tal vez el más difícil, es lograr la re-unión de las mujeres. Al parecer la unión de las mujeres en las sociedades matrilocales era total. Todas hacían sus tareas apoyándose mutuamente. La mujer que salió de su casa siguiendo al hombre para formar una nueva familia, pierde el “cuarto propio” que le correspondía en la familia de origen y se inserta en un mundo ajeno, el nuevo espacio patrilocal. Dado que el trabajo femenino sucede dentro de la casa o cerca de ella. En las sociedades indus­triales las mujeres se alejan más unas de otras. Pueden encontrar amigas o parientes políticas, pero han perdido el valor moral y político inherente a la unidad familiar primitiva. El patriarcado se caracteriza por anular las alianzas femeninas. Desde la inserción de las mujeres al gineceo, o al trasladarlas al dominio patrilocal donde la joven en vez de de lograr alianzas se ve oprimida por la suegra y las cuñadas.

Celia Amorós señala, en un análisis del poder mismo, que éste está constituido por una red de relaciones. El poder jerárquico es un poder de grupos, no de individuos. No hay poder individual. Los hombres como grupo tienen poder sobre las mujeres en tanto que grupo, el hombre individual, Pepe, tiene poder sobre Lupe porque él representa al grupo patriarcal.

Sin duda que todos en nuestras vidas tenemos potencialidad de afectar nuestro entorno, pero en nuestra vida en relación el poder es poder de grupo y tiene mayor poder mientras más cohesionado esté el grupo; cuando el pacto sea mayor. El pacto es un espacio de “iguales” en el sentido de “pares” pero no tienen todos necesariamente el mismo poder, aunque podrían tenerlo.[8] Los hombres son los herederos del poder patriarcal. Nacen para ocupar puestos de poder y prestigio, para ello se educan en la familia y en la escuela. Los jóvenes relevarán a los viejos. Los hijos al padre. El patriarcado es precisamente un sistema de primogenituras que se aprende en la educación no escolarizada y se refuerza en la escuela: Educación es destino.

Destaca Amorós el rasgo característico del género femenino además de ser invisible, o por ello: “El no tener individualidad porque somos el grupo por antonomasia donde no se juega el poder. Para el género masculino como espacio de los iguales se da la distinción individual con nombre y apellido. Para el género femenino sólo se da el nombre.

El apellido femenino es como el paraguas o la virginidad, sólo sirve para perderse. Así, la idea de poder es la posibilidad de poder diferenciarse.[9]

En suma el poder patriarcal puede analizarse como la marginación de las mujeres. Todo lo cual se sanciona por la obediencia al dios trascendente despegado y en control de la naturaleza. En la moral patriarcal Abraham representa el orden que incluso manda sacrificar a su hijo Isaac, simbolizando esta figura la prioridad de la esfera de lo público, por parte ya sea de la religión o del estado, sobre los lazos de sangre y afecto de madre y de padre, hija e hijo. Si bien la función masculina en la procreación no fue conocida hasta ya muy entrado el patriarcado en el escenario mundial.

El Feminismo: la potencialización del género

El feminismo es la única filosofía seria y coherente, con alcance universal que ofrece una alterna­tiva del pensamiento patriarcal y sus estructuras.[10] Las feministas tenemos un credo muy simple:

Que las mujeres somos seres humanos.

Que los dos géneros somos iguales en las cuestiones más importantes, y diferentes unos de otros, no como sexo sino como individuo. Es decir, que las diferen­cias individuales son más importantes que las de género.

Y que esta igualdad debe ser públicamente reconocida

Creemos que las cualidades tradicionalmente asociadas a las mujeres, lo que puede llamarse el “principio” femenino es por lo menos igualmente valioso que el “principio” masculino y que esta igualdad debe ser públicamente reconocida.

Finalmente creemos que lo personal es político. Esta es la afirmación que fundamenta la moralidad feminista. Significa que la estructura de valor de una cultura es idéntica en las áreas privadas y públicas Es decir, que todo lo que sucede en la recámara es absolutamente relevante a lo que sucede en la Cámara (del poder público) y viceversa. En esta perspectiva todas las relaciones son morales y políticas. En los arreglos actuales de cosas el mismo género tiene el control sobre la Cámara y recámara.

La desigualdad actual del género se legitima en la idea de que el juicio moral opera sólo en un plano de la realidad, de tal manera que puede sostenerse que lo que parece estar bien desde un punto de vista se vuelve malo o menos bueno desde otro punto de vista igualmente válido. En la moral feminista lo que moralmente está bien o puede ser malo lo está en lo personal, lo pragmático y lo político. En otras palabras, lo que Maquiavelo tiene de claro y sincero lo tiene de inmoral. Ya que las razones del corazón coinciden con las razones de estado, si la ley moral se apoya en el interés personal, es decir el placer y no el poder.

La finalidad de la moralidad feminista es lograr la igualdad en la Cámara y en la recámara. La ley moral se apoya en la posibilidad del placer o del pudor, ambas son fuerzas antitéticas. A mayor poder menor placer y viceversa. Toca a los seres humanos elegir la lógica del poder o la lógica del placer, pero no es posible guiarse por ambas.

El patriarcado en su lógica del poder control total constituye la ideología de la trascendencia que convierte el mundo real en un mundo simbólico. Nos dice cómo es el mundo y está dispuesto a destruirlo para que así sea. Para eso creó con la excelencia del pensamiento racional y científico, el arma absoluta de poder control: la bomba atómica.

Con base en lo anterior es fácil ver la dificultad para lograr la igualdad de los géneros. Esto es tan difícil como erradicar la guerra, “como renunciar al control social y político mundial.[11]

Siguiendo con la necesidad de considerar iguales tanto a las mujeres como a los hombres, nos vemos en la necesidad, no sólo de tratar a las mujeres como seres humanos, sino también de evaluar la propia vida, el amor, la compasión y el cuidado infantil, tanto como se valúa ahora el control, la jerarqui­zación, la posesión y el status, es decir el poder.

Al criticar el poder masculino y sus resultados en el mundo que, cohabitamos, siguiendo a Mackinnon, vemos que no se trata de que las mujeres intenten, a su vez, dominar a los hombres sustituyendo fases del patriarcado por fases de matriarcado. La lucha es por la transformación del poder mismo, sus términos y sus condiciones. Todo lo cual se apoya en una legislación que tome en cuenta los intereses femeninos

Menos aún se pretende anular las diferencias de los sexos para alcanzar la igualdad. Porque requerir que una sea igual a los que marcan el criterio que nos distingue y clasifica como distintos socialmente, traerá como consecuencia la imposibilidad misma de alcanzar tal igualdad porque nunca cumpli­ríamos el criterio.

“Todos somos iguales, pero unos más que otros”.

Orwell, Animal Farm

En el mundo que se hace aparente con base en el análisis del poder patriarcal, de acuerdo con Mackinnon, actualmente las mujeres sólo podemos representar dos papeles: el de víctimas y el de sobrevivientes. Obviamente, las víctimas son las que sucumben ante la violencia sexual. En el segundo caso podemos alcanzar la sobrevivencia por la complicidad o sin concesiones con los que están en el poder, ajustándonos a su imagen de la feminidad, y si en última instancia no sólo deseamos sobrevivir sino triunfar, podemos ser hombres en la vida social, en la vida política, en la academia. Para ello se requiere primero no hablar nunca en clave femenina y sólo recurrir al cambio gramatical de persona: Donde dice él decir ella cuidando de no alterar el discurso.

La sobrevivencia sin concesiones se logra adhiriéndonos a un feminismo sin modificadores liberales o marxistas. Un feminismo radical al que me referiré enseguida.

El Feminismo Radical

Hace tiempo descubrí una diferencia fundamental en la manera de vivir de los hombres y las mujeres. Me di cuenta que los hombres que han alcanzado alta jerarquía de poder, en lo económico, lo político o lo intelectual no tienen un nivel de seguridad comparativa en las decisiones de su vida personal. Igual que las mujeres en su vida pública. Esta circunstancia me la hicieron notar precisamente hombres que se han destacado en el mundo intelectual, reconocidos por su capacidad de argumentación lógica en el ámbito de lo político. Creo que para los hombres en general, lo personal no es político, en el sentido de que marcan una separación tajante entre tal vida personal y su vida pública. En su educación intelectual y su educación sentimental, como dicen las biógrafas de J.S.Mill cuando tratan de explicar cómo la educación intelectual excelente que recibió Mill se colapsó cuando se enfrentó a una crisis existencial.

Las mujeres experimentamos el fenómeno contrario. Para nosotras lo personal es político en el sentido de que no marcan separaciones tajantes en su ejercicio profesional y su vida familiar. En el caso de las mujeres se dificulta la profesionalización de sus trabajos, porque se viven en clave personal. Son amas de casa madresposas en sus oficinas, talleres y aulas. También en las relaciones con las demás mujeres. Esto trae como consecuencia la idea de que la mujer, para alcanzar la igualdad, debe crecer a ser hombre como quería Mr.Higgins: “Why women cannot be like men” (en la comedia: My fair-lady), en los actos, el lenguaje y en los conocimientos. Alcanzar como afirman muchos la mayoría de edad para asmilarse al mundo tal como es. Este es el camino falso del poder. Por el contrario se propone la necesidad de transformarlo, como advierte Marx, pero en un movimiento político de mayor radicalidad. Por eso al principio me refería a la potencialización del género femenino como una visión metafísica. No es sólo un movimiento político para que las mujeres “se integren” a las jerarquías de poder. Esta es la lucha de infinidad de mujeres que alcanzan puestos de poder en el presente arreglo social. La propuesta es mucho más radical que esto. Es un movimiento moral y político para transformar la sociedad: femenizándola.

El primer escalón para alcanzar esta meta ha sido para muchas el acceso de más mujeres a las estructuras de poder. Pero esta no es la finalidad de la igualdad que pretende el feminismo radical. No se trata de construir un poder que se opone al otro poder. Lo cual sólo traería como consecuencia el aumento de la veneración del poder mismo. De control y del que los detentan. Aunque sean ahora “las” en vez de “los”. La finalidad del Feminismo radical es sustituir la centralidad del poder en la vida humana, por el placer. El placer no es una mercancía que se adquiera con base en los satisfactores que ofrece el mundo del consumerismo. Es una experiencia diferente, una actitud moral que se aprende con base en una educación feminista. Tampoco el placer es lo opuesto al trabajo. En el trabajo hay placer, como en todo lo que hacemos los humanos. El placer como fin final para devolver el placer a la centralidad de la vida humana. Esto significa recuperar la idea del valor de la naturaleza. No la vuelta a la “vida natural” del “buen salvaje” sino para recuperar el valor del cuerpo y la naturaleza, sin otra finalidad extrínseca: Yo soy mi casa.

El Placer

Lo contrario de la opresión es el placer. Si la opresión reduce el propio ser, el placer lo aumenta, lo potencializa: Poder como potencia es la capacidad de actuar, incidir y afectar en lugar de ser afectada. Placer es la búsqueda de la plenitud del ser. Siguiendo al filósofo Espinoza: Todo placer nos hace permanecer en el ser, y el dolor nos quita ser.

El programa político del feminismo para el futuro no está a la mano. Sólo sabemos que potencializa el placer en lugar del poder. Propicia la creación de organizaciones sociales basadas en la cooperación, en vez de las que se sostienen en el control y la obediencia. Por ello sólo puede tenerse en la actualidad una visión somera. Por el contrario, el programa político del patriarcado es evidente: la consolidación del poder totalitario sobre el globo terrestre que ahora se encuentra fragmentado en centros de poder. Este poder se sostiene por la amenaza de la guerra nuclear.

Conclusiones

Si recopilamos la historia con la que inicié el trabajo vemos que siguió un camino, más o menos así: se levantó una organización de poder que margina a las mujeres; el Patriarcado. Se fragmenta la unidad matrilocal de las mujeres. Se modifica la relación madre-hija-hijo. Se vuelven invisibles las mujeres, aunque siguen realizando todos los trabajos. Se fomentan los rasgos misóginos de la cultura, para consolidar los rasgos masculinos del poder. Y aprendieron las mujeres a despreciarse unas a las otras. Aunque algunas entraron a las estructuras de poder se fragmenta más el lazo entre las mujeres. Sin embargo, la derrota del patriarcado se avizora como la re-unión de las mujeres. Las mujeres continuamos trabajando juntas y apoyándonos mutuamente. Sólo hemos logrado la complicidad de unas cuantas en el feminismo.

Hemos hablado de dos moralidades: la patriarcal cuyo fundamento es la lógica del poder entendido como control, dominación, servidumbre y violencia. La feminista, que sigue la lógica del placer que arranca del amor, la no violencia, el bienestar y el placer. Lo anterior no significa que los hombres san malos y las mujeres buenas. Algunos hombres y algunas mujeres avizoran el principio del placer como la finalidad de la vida humana.



* Ponencia presentada al 11 Encuentro Internacional de Feminismo Filosófico (Bs.As., noviembre 1989)

 

[1] Cfr. Hierro, Graciela: Ética y feminismo. México, UNAM, 1986.

[2] French, M: Beyond power. New York, Summit Books, 1985;  p. 54.

[3] Eisler, R.: The chalice and the blade. USA, Harper and Row, 1988.  p. XIX.

[4] Eisler, R.; 1989.

[5] Samson, p. 262.

[6] French, M., o p. cit.,  p. 112.

[7] French, M., o p. cit.,  p. 535.

[8] Amorós, C.: Mujeres, feminismo y poder, Forum de política Feminista, 1988.

[9] Amorós, o p. cit.,  p. 13.

[10] French, M., o p. cit.,  p. 442.

[11] French, M., o p. cit.,  p. 443.

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