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La consulta sentimental: reglas y contenidos

Martha Rodríguez Bustamante

 UBA

 

Con la presente comunicación, nos proponemos dar cuenta de los resultados conceptuales de nuestra investigación de la consulta sentimental en una revista para mujeres.

Al situarnos en el nivel de análisis de una práctica, ubicamos nuestro trabajo en una de las posibles dimensiones en que se desarrolla la teoría de género: el análisis de las prácticas tendiente a poner de manifiesto un conjunto de creencias y actitudes genéricamente significativas que subyacen a ellas. Por otra parte, con la adopción del esquema de los actos de habla elaborado por Searle, para llevar a cabo dicho análisis, queremos colocar en primer plano su carácter lingüístico en el más amplio sentido. En efecto: el análisis filosófico del lenguaje de Searle permite visualizar la vinculación de todos los aspectos involucrados en ella, al establecer las reglas de los comportamientos implicados en los actos de aseverar, preguntar y aconsejar, así como los nexos que los unen con los respectivos contenidos.

Efectuamos el análisis de una colección de la revista Ser Única, que abarca aproximadamente tres años de publicación (desde mediados de 1991 hasta febrero de 1994). Un examen del material completo indica que la revista está dirigida a mujeres, adolescentes y jóvenes, de clase media urbana.

La consulta sentimental se presenta en dos modalidades:

·      en forma epistolar, de acuerdo a los cánones del correo sentimental tradicional, con algunas variantes. Los actos de habla que realiza quien consulta son: relatar y formular una o varias preguntas sobre el curso de acción futuro. La consejera lleva a cabo los actos de evaluar o comentar el relato y aconsejar.

·      en forma de entrevista, organizada como charla entre la consultante y un equipo de cuatro o cinco periodistas. Quien consulta hace un relato y una o varias preguntas sobre el futuro curso de acción. El equipo periodístico efectúa preguntas tendientes a ampliar la información del relato o a reconsiderarla; ordena los datos singulares en un esquema general del caso y, eventualmente, formula una propuesta o sugerencia sobre un curso de acción.

Es interesante observar que, hasta enero de 1994, las dos secciones se presentan simultáneamente en cada número, pero que, a partir de esa fecha, desaparece de la revista la forma epistolar. La entrevista, con su función de análisis y evaluación desplaza el correo y las formas más explicitas de aconsejar. Este cambio incorpora importantes modificaciones en la práctica: mayor participación y compromiso de ambas partes y mayor apertura en la resolución del contraste entre la privacidad y singularidad del caso y la publicidad del canal utilizado para su tratamiento.

Cada uno de estos actos, como cualquier otro acto de habla, permite distintos niveles de análisis. Searle propone distinguir el acto de emisión de palabras, del acto de referir y predicar, o acto proposicional, así como del acto ilocucionario, o sea el acto de “emitir palabras dentro de oraciones, en ciertos contextos, bajo ciertas condiciones y con ciertas intenciones”.[1]

El acto de habla completo implica los tres niveles; pero, puesto que responden a criterios de identidad diversos, es pertinente su distinción, a los fines de un análisis filosófico. Esto significa apartarse de la identificación tradicional entre enunciado y proposición. El acto proposicional se verifica no sólo en la enunciación, sino también en una pluralidad de actos ilocucionarios diversos, como su contenido proposicional, es decir, como una instancia dependiente de los mismos, pero que puede separarse, con fines analíticos, de la fuerza ilocucionaria propiamente dicha de la emisión.

A partir de una clase dada de actos de habla, el análisis ha de determinar: cuál es su contenido proposicional; cuál es la situación dada entre quien realiza la emisión y su oyente; qué acto psicológico expresa y, lo más importante, qué clase de acto constituye la emisión. Searle denomina a este aspecto “la regla esencial”, ya que se trata de la regla constitutiva del acto en cuestión, y emplea la expresión “contar como...” para caracterizarlo. El acto de prometer, por ejemplo, cuenta como la obligación de llevar a cabo determinada acción.

De acuerdo a lo anterior, Searle establece una tipología de actos ilocucionarios, de la cual tomamos los actos de aseverar, preguntar y aconsejar, es decir, los actos que, como vimos, están presentes en la práctica de la consulta sentimental.

 

Aseverar

En la consulta sentimental, el acto de aseverar se realiza para proporcionar información acerca de la situación, el hecho o los estados que motivan la consulta. Constituyen el relato de la consultante, la exposición de su caso. Prácticamente el único dispositivo de fuerza ilocucionaria de este acto es “contar”.

La relación de hechos, situaciones o estados cuenta como la asunción de que lo relatado representa un estado de cosas efectivo y es el punto de partida aceptado para la elaboración de una evaluación y un consejo. Si la consultante fracasa en el intento de hacer reconocible su intención, porque el relato es confuso, incompleto o no es serio, la instancia del consejo no se verifica.

Creemos necesario distinguir la relación de hechos de su evaluación, tanto por parte de quien consulta como de la consejera. Constituyen dos momentos diferentes en el curso de la consulta. Los dispositivos que introducen evaluaciones ─“creer que...”, “parecerle que...”─ indican que lo que sigue es una opinión. En estos casos se elude toda afirmación terminante de las interpretaciones, se las refiere a una instancia de mayor subjetividad, fundada en la experiencia personal y, consecuentemente, limitada. La evaluación puede tener como objetivo afianzar actitudes o evaluaciones de quien consulta o bien mostrar ciertas actitudes como inadecuadas o ciertas evaluaciones como inconvenientes.

 

Preguntar

Con respecto al acto de preguntar, advertimos que, en este contexto, requiere introducir una especificación, no contemplada en la tipología general de Searle, con respecto a la caracterización según la cual el contenido de preguntar es “cualquier proposición o función proposicional”.[2] Estimamos que el propósito general de “saber la respuesta” admite una distinción entre el propósito de obtener información y el de obtener consejo, en cuyo caso el contenido queda determinado como una acción futura del que emite la pregunta.

Las posiciones respectivas de la consultante y la consejera, previas al acto, son: la consultante no sabe la respuesta; no es obvio ni para la consultante ni para la consejera que ésta última ha de proporcionar la respuesta sin que se le pida; quien formule la pregunta desea saber la respuesta (qué o cómo hacer). Además, la consultante está en posición de autoridad para solicitar la repuesta.

El acto de preguntar hace expreso el deseo de saber la respuesta, sin importar que sea una intención real o fingida. De hecho, se registran seudo consultas, a título de broma, pero para la consejera o los lectores cuentan como preguntas serias.

En la mayor parte de los casos, el acto de preguntar “cuenta como” un intento de obtener consejo. En los menos numerosos, como un intento de obtener información.

 

Aconsejar

Examinemos, por último, el acto de aconsejar. Tiene como contenido un acto futuro de la consultante, lo que incluye “abstenerse de realizar ciertos actos, realizar series de actos, y puede incluir también estados y condiciones”.[3]

Sus requisitos son: que la consejera tenga alguna razón para creer que ese acto beneficiará a la consultante y que no sea obvio ni para una ni para otra que la consultante llevará a cabo el acto en el curso de los acontecimientos, de no mediar el consejo.

Expresa una creencia: la de que tal acción beneficiará a la consultante.

Por último, cuenta como una asunción de que la acción aconsejada será del mayor interés para la consultante.

Importa señalar que Searle distingue la petición del consejo. Mientras que en el acto de pedir interviene de modo central la noción de autoridad, en el de aconsejar el acento se desplaza a la noción de interés. Esto nos invita a pensar que, al menos en algunos casos, la acción de aconsejar es la elegida, si no estamos en posición de autoridad para pedir y deseamos que nuestro interlocutor haga algo. Puede ocurrir que quien aconseja presente como interés de la aconsejada una acción que es también de su interés. Dicho más llanamente, hay que suponer posibles actos de aconsejar insinceros. Creemos que tal es el caso en la consulta sentimental y que el interés no explícito es el refuerzo de patrones genéricos existentes y la introducción de nuevos patrones. Una vez señalada esta posibilidad, conviene subrayar el hecho de que la insinceridad no cancela el compromiso como el cual cuenta el acto de aconsejar. Quien aconseja se compromete efectivamente con el interés del destinatario del consejo.

En síntesis, vemos que los distintos actos que intervienen en la consulta sentimental ─aseverar, preguntar, aconsejar─ se articulan entre sí, y que aconsejar es el núcleo de dicha articulación, puesto que los restantes reciben de su relación con él importantes especificaciones.

En cuanto a los resultados del análisis de los contenidos, diremos que en la entrevista se observa una tendencia al establecimiento de proposiciones de un cierto grado de generalidad, emanadas de nociones difundidas de psicología individual y social. En el correo, además de estas nociones, aparecen con frecuencia recomendadas “la meditación” y el “autoexamen”, que se pueden referir a versiones populares de filosofías y técnicas orientales muy difundidas en nuestro medio. Las respuestas, pues, ponen de manifiesto formas derivadas del conocimiento científico o de saberes alternativos, en el nivel de la creencia.

Los consejos, indicaciones y propuestas que resultan nos parecen tendientes a la afirmación de patrones nuevos de comportamiento. Con esta expresión significamos modelos de comportamiento de mayor libertad individual y afirmación personal o autorrealización, así como de independencia con respecto a los lazos afectivos y familiares.

La propuesta está dirigida a un público lector mayoritariamente femenino, previamente orientado hacia la adopción de esos patrones, pero todavía vacilante en cuanto a su implementación.

Si nos proponemos ahora explicitar los supuestos estrictamente referidos al género, podemos enunciarlos brevemente de acuerdo a las siguientes notas:

·      Las mujeres más jóvenes (adolescentes) requieren una orientación, en tanto que las mayores (20 años o más) están ya en situación de discutir o charlar acerca de sus dificultades.

·      Las adolescentes se encuentran en un proceso de búsqueda de modelos de comportamiento y de definiciones personales (afectivas y profesionales), en el cual necesitan un contexto familiar y social de libertad y respeto por sus decisiones. La revista se presenta como un servicio en este sentido; pero el registro de posibilidades que ofrece a las lectoras es muy limitado y se repite de un número a otro sin variantes significativas.

·      Las mujeres a menudo padecen situaciones familiares y afectivas dolorosas, consecuencias, en su mayor parte, de creencias erróneas y/o actitudes inadecuadas a los fines de su propio bienestar. También en este caso, la revista se presenta como un servicio que, a través del diálogo, puede facilitar la reflexión tendiente a remover los obstáculos subjetivos.

Para concluir, estimamos que el marco teórico elegido resultó consistente con la noción de género, en tanto sitúa los hechos del lenguaje en una dimensión específicamente humana y social, a la que confiere autonomía y valor explicativo. Su análisis, consecuentemente, se aparta de supuestos naturalistas tendientes a ignorar la construcción social del género. Pero, por otra parte, dicha autonomía no resulta elevada a un plano ontológico ideal, con respecto a los hablantes. La teoría de los actos lingüísticos devuelve al hablante la responsabilidad sobre sus emisiones y, por lo tanto, hace de él un sujeto activo, un agente. Quienes hablan no son meros reproductores de nociones de género incorporadas al lenguaje. Pueden decir lo que quieren decir (Principio de expresabilidad). Si el lenguaje transporta valoraciones que implican diferencias injustificadas e injustas, podemos valernos de él para denunciarlos y para enriquecerlo “introduciendo nuevos términos y otros recursos”[4]. Como prueba de lo anterior es elocuente por lo demás la introducción del término “género” en el lenguaje de la filosofía, y de las ciencias sociales.

En lo que hace a la práctica estudiada, vimos que, a través de ella, se trata de afianzar nuevos patrones de comportamiento. Queda planteada la cuestión de en qué medida el recurso al consejo o las sugerencias formuladas sin mayor precisión contribuyen a la realización de ese objetivo.

Por todo lo anterior consideramos que, tanto desde la teoría de género como desde la teoría de los actos ilocucionarios, se reabre la indagación de la subjetividad en direcciones nuevas, exigidas de reflexión.



[1]              J, Searle, Actos de habla, Madrid, Cátedra, 1990, p. 33.

[2]              Searle, ob. cit., p. 74.

[3]              Searle, ob. cit., p. 65. 

 [4]              Searle, ob. cit., pp. 28 a 30.

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